Entregas en caliente / Bajo la mesa

Lydya, con dos y griegas, conduce a Paco Jones hasta la mesa donde está sentado Boris. Paco lo sabe porque, cuando sonríe, le falta un diente. El mismo que le faltaba al doble de acción que se hacía pasar por el mafioso ruso. Se sienta temeroso, con un montón de fichas frente a él. Son miles de dólares los que se han cargado a su cuenta. Paco Jones sabe jugar pókar bastante bien. Sin embargo, sospecha que eso es lo menos importante en esa mesa semiprivada en un lujoso casino de Las Vegas.

Conforme pasan los minutos, el juego se va poniendo interesante. Las apuestas suben de nivel y todos los presentes comienzan con las señales típicas del nerviosismo: tosen, carraspean, sudan y se rascan. Todos menos Boris que se limita a ocultar su mirada tras unos lentes oscuros.

Paco Jones no ha ganado ninguna ronda pero tampoco ha jugado en serio. Es hasta que ve a todos jugando bien que se relaja un poco. Quizá esto sí sea un simple juego de pókar. Lo malo es que él no tiene lentes oscuros ni un sombrero tejano. Aunque, a decir verdad, tampoco los necesita. Él es capaz de no alterar un solo músculo facial mientras juega a las cartas.

Y cómo no, si aprendió en una garita clandestina cerca del paradero de micros de Taxqueña. Eso fue hace muchos años, pero lo recuerda como si hubiera sido ayer. Se sentaban hasta ocho fulanos alrededor de una mesa que se tambaleaba aunque, eso sí, estaba cubierta por un largo mantel de fieltro. El mismo mantel que volvió a Paco inmutable. Podía ir perdiendo toda su quincena o ganando el equivalente a un año de sueldo y él no sudaba una sola gota. Tampoco pestañeaba cuando tenía dos cartas bajas e intentaba engañar a...

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