Entregas en caliente / El hacker

"Malditas viejas", piensa Ariadna Briseño. Se refiere a Rebeca y Natasha. Su odio es más un berrinche, pero no deja de estar justificado. Por un lado, follan como un par de diosas. Y eso lo agradece cuando le toca. Pero también le da coraje. Porque ellas se tienen a sí mismas y Ariadna está sola. De imaginar cómo lame Natasha el pubis recién rasurado de Rebeca y cómo ésta le corresponde con un consolador de plástico con dos terminaciones, se muere de la envidia. Además, le molesta que, pese a haber sido ella quien descubriera que George Machado quería acabar con Paco Jones, ahora la han dejado fuera de la jugada. Pero Ariadna no es de las que se deja intimidar. No por nada es una de las mejores detectives privadas. Estará bien, que ellas se encarguen del vendedor, Ariadna Briseño tiene una misión mucho más trascendental.

La verdad es que titubea. No le gusta el callejón oscuro. Es como el escenario ideal para un crimen. De todas formas se mete. Al fondo, da una vuelta a la izquierda que oculta una pesada puerta de metal. Sabe que, si toca el timbre, lo único que logrará es que el individuo que se encuentra adentro se atrinchere. Así que hace uso de sus trucos para abrir puertas y no ser detectada. Lo consigue con apenas un chirrido.

Adentro, las cosas son sorprendentes. Un muchacho, casi un adolescente, está sentado frente a seis enormes monitores de computadoras. Su sillón es de lo más cómodo. En una de las pantallas se ve la imagen de múltiples cámaras, incluyendo una que apunta a la puerta por donde entró. Ariadna no tarda en entender por qué no fue detectada: el monitor más grande, el de la izquierda, muestra un video pornográfico. El chico se la está jalando...

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