Entregas en caliente / Para rescatar a un perro

Rebeca se enfunda el traje de licra negro. Le queda tan justo que le da trabajo acomodar las tetas bajo la tela. También siente cómo le aprieta los muslos, cómo se le clava entre las nalgas. Eso no se siente tan mal, suspira mientras mueve la cola para que se meta más a fondo. Está a punto de irrumpir en la tumba de un emperador chino, para robar un perro de jade que, según dicen, liberará a todo el país de una letal epidemia.

A Rebeca le excitan estas misiones. Sin embargo, no puede sacar de su mente a Yan Yan. Es un chino cazarrecompensas que, anoche, le explicó cómo debía proceder. Lo primero es el laberinto. Yan Yan se lo dibujó en la espalda, mientras ella se acostaba desnuda sobre la cama. Yan Yan trazó cada línea del lugar. Giraba a la izquierda y a la derecha varias veces hasta llegar al fondo del salón como ahora lo hace Rebeca, recordando cada movimiento del pincel hasta que éste acarició, con sus cerdas ligeras, la abertura entre sus nalgas.

Lo segundo son los dragones de fuego. Yan Yan se lo dijo mientras la penetraba de frente, sus manos apretando sus tetas y aguantando todo su peso. En cuanto Rebeca cruza la mitad del pasillo, dos enormes dragones de piedra parece que la observan. La clave es ser precisa, más que veloz. Las bolas de fuego salen hacia ella. En lugar de correr, se agacha justo cuando está sobre una baldosa. Las bolas pasan sobre ella. Siente el calor, pero puede continuar.

Las estacas la esperan en el siguiente cuarto. Son diez. Como cada uno de los dedos que Yan Yan le fue metiendo por la vagina, luego a la boca, por último en el ano. Tiene que cruzar haciendo una coreografía. Lo consigue. Antes de la puerta, una sospecha. Rebeca terminó...

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