Entregas en caliente / Rumbo al mundo salvaje

Rebeca y Natasha avanzan por Dakota del Sur. Llevan días en la carretera y el Mustang convertible que conducen a exceso de velocidad parece flotar sobre el pavimento. Observan a lo lejos el parque nacional Lostwood a través de sus gafas oscuras. Después de librarse de Kinuk, son dos seres libres, dos gacelas rebeldes que no quieren ser controladas ni controlar a nadie. Sólo buscan una felicidad salvaje y sin consecuencias.

En estos días, han dormido en ciénegas y moteles de carretera, han follado con asesinos, negros de dos metros y latinos de 1.60, con motociclistas arios y con hechiceras en los pantanos de Jacksonville. Han perdido la consciencia sobre mesas de billar y han armado peleas campales en doce bares de mala muerte.

Su fama se expande aquí y allá, no sólo por su belleza escultural, sino porque además han evitado dos asaltos a bancos rurales, han salvado a jovencitas inmigrantes y liberado a muchas mujeres que llevaban años sufriendo al lado de hombres golpeadores.

Han cruzado Estados Unidos domando a esa bestia de las mil cabezas. Han intentado arrestarlas, deportarlas, enjuiciarlas en 10 estados, pero han escapado de todas las prisiones.

-Para en esa estación, tengo hambre -pide Natasha. En la estación de gasolina hay también un restaurante en donde sirven la mejor crema de maíz del estado. O eso dice en la entrada. Más allá, la planicie verde y sinuosa sigue sin detenerse, como una alfombra infinita.

Camioneros y viudas desocupadas miran a las dos mujeres entrar en el lugar. No es un sitio turístico. Nadie viene por aquí. Su presencia, cargada de fuerza vital, es un terremoto en el pequeño pueblo.

En la barra, atiende Jaskier, un negro fornido que les toma la orden sin dejar de mirar esos cuerpos que nunca antes había visto.

-¿A qué hora sales, guapo? -le pregunta...

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