¿Es necesaria una transición a la democracia en Estados Unidos?

AutorAriel Dorfman

La proclamación oficial por el Congreso de Estados Unidos de que Joe Biden será el próximo presidente de su nación ha llenado de alivio a millones de sus conciudadanos, especialmente después del intento insurreccional de los partidarios de Trump para mantener a su führer en el poder. Por mucho, sin embargo, que celebremos la derrota de esa asonada fascista y el término de la larga noche afiebrada sobre la que reinó Trump, hace falta recordar que otras pesadillas nos esperan.

No se trata simplemente del daño y dolor que seguirá infligiendo este jerarca furibundo en los pocos días que le restan de mando ni de la influencia maléfica que ha de ejercer después de haber abandonado la Casa Blanca. Ni tampoco se trata del desastroso legado que deja tras sí: una pandemia que empeora, un medio ambiente degradado, la convivencia y normas cívicas trastornadas, un país corroído por la injusticia racial y el odio contra los inmigrantes. La pesadilla más persistente es que, ignorando la corrupción, inclemencia y mendacidad perpetua de Trump, sobre 74 millones de votantes descarriados estuvieron a punto de reelegir a un tal psicópata o que algunos de ellos, peligrosamente armados, están dispuestos a ejercer la violencia para imponer su punto de vista. Aún más preocupante es que cuando Joe Biden y Kamala Harris se hagan cargo del gobierno el 20 de enero van a heredar una democracia gravemente herida.

Después de todo, el sistema constitucional y las leyes vigentes fueron incapaces de impedir que un demagogo delirante se adueñara del Poder Ejecutivo; que abusara de ese poder; que se enriquecieran ilegalmente él y su familia; que perdonara a asesinos, criminales de guerra y perjuros condenados por la justicia; que perpetrara medidas despóticas y que se coludiera con un país extranjero para destruir a sus adversarios. La ineptitud de las instituciones de Estados Unidos para que se bloquearan y enjuiciaran aquellos actos criminales es un síntoma de problemas más permanentes, que un mero cambio de guardia en Washington, por muy alentador que sea, no va a resolver en forma categórica.

No hay que olvidar que hubiera bastado que 44 mil votantes en tres estados hubiesen cambiado de parecer -o que sus preferencias hubieran sido suprimidas o descartadas- para que el resultado fuera diferente. Nada más que eso para crear un empate en el Colegio Electoral que hubiera forzado a la Cámara de Representantes a decidir el ganador. En esa eventualidad, cada estado tiene un...

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