Esclavitud electrónica

AutorErnesto Morales Licea

MIAMI, FLORIDA.- Le cuesta mucho trabajo caminar con el grillete: seis meses después de que se lo pusieron en el tobillo, le susurra a su hermana que el aditamento raspa, pesa, le dificulta bañarse y dormir... hacer su vida.

Olema Martín Aguilar no mira de frente. Le incomoda todo contacto visual. "Ella es tímida, todos los de nuestra sangre lo somos un poco", interviene su hermana, Juliana Martín Aguilar. "Pero lo que en verdad le sucede a ella es que le da vergüenza. Se siente animal".

Olema tiene 30 años, es madre de una pequeñita de cinco y desde su entrada a Estados Unidos, en octubre de 2017, deambula por las calles de Homestead, al sur de Miami, como las reses que ella solía pastorear de niña en Guatemala: con un grillete en una extremidad. Sólo que el que su abuelo colocaba en los animales era rústico y decorativo. El de ella es electrónico y cuesta 4 mil dólares. O al menos eso dicen sus dueños.

Su grillete es en realidad un localizador satelital. Un GPS.

"El señor que me lo colocó me dijo que era una pulsera", confiesa Olema, siempre con la vista en la cabeza de su hija, a la que no para de acariciar el cabello negrísimo y lacio.

En el momento en que un juez de inmigración le fijó una fianza de 10 mil dólares para que permaneciera en Estados Unidos -mientras en un juicio se decide su situación migratoria-, la compañía Libre by Nexus (LBN) hizo su aparición.

Fue simultáneo: la compañía se ofrecía a pagar la fianza; a cambio, Olema firmaría un contrato donde se comprometería a devolver esa cantidad a Libre by Nexus. Ella jamás tuvo conciencia de cómo o cuándo.

"Fíjese que cuando me dejaron verla, ya había hecho el garabato que le dijeron que serviría como su firma", dice su hermana Juliana, con más tristeza que indignación.

Juliana, su padre y dos familiares más viven en Estados Unidos hace siete años. Su historia es la de millones: vinieron huyendo de la violencia de las maras que asaltaban, saqueaban, extorsionaban a los habitantes del caserío en las zonas rurales de Quetzaltenango, en el suroeste de Guatemala. Acá esperaban a Olema y a la pequeña Xareni, cuyo nombre maya significa Princesa del Bosque.

Olema le habla a su hermana en mam, lengua de origen maya que sobrevive apenas en Guatemala y en la frontera de Chiapas.

"Nosotras hablamos español como segundo idioma. Nos cuesta a veces, porque primero pensamos en mam. Yo he aprendido a mejorarlo acá en Miami, pero mi hermana lo habla menos", dice Juliana y de inmediato, adivinando lo primero que podría pensarse, agrega: "Si no habla casi español, imagínese usted cómo iba a entender lo que le estaban diciendo en inglés cuando le colocaron la pulsera".

La firma

El...

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