La escritura perdurable de Javier Valdez

AutorCésar Ramos

El cuerpo de Javier fue captado por numerosas cámaras y pronto llegó a muchísimos lugares del mundo, en plena calle, muy cerca de donde se encontraban las oficinas del periódico en el que trabajaba y del cual fue fundador, Ríodoce, abatido, con su sombrero tan cerca de él como el dolor; su cuerpo explica, corrobora, que decir la verdad es un acto de justicia y también la posible firma de la sentencia de muerte. El cuerpo de Javier entre la sangre y la tristeza también revela más cosas:

Por desgracia no es el primero ni el último de los periodistas muertos en nuestro país por mostrar verdades crueles e incómodas a la sociedad, días antes su amiga y también corresponsal de La Jornada Miroslava Breach fue asesinada, meses antes Max Rodríguez, Rubén Espinosa, Regina Martínez... los motivos y los nombres son interminables. Es lamentable que la indiferencia se adelante a la justicia para enfrentar la barbarie; Javier Valdez y los suyos ahora son una cifra más, un expediente que nació gastado, sucio, muerto. Son ahora un número ascendente de periodistas, reporteros, fotoperiodistas, analistas sociales, críticos de una realidad política manchada por la corrupción y los excesos, baleados o desaparecidos; un número más de periodistas muertos en este país donde prevalecen la violencia, la impunidad y la desfachatez política.

Conocí a Javier Valdez en 2009. El primer contacto fue telefónico, nos enlazó la editora y novelista Orfa Alarcón, con la aprobación de nuestra gerente editorial, Patricia Mazón; buscábamos una voz que atendiera a las mujeres que participaban en el narco o sufrían su marcha fúnebre, mujeres que vivieran en las entrañas de esta barbarie como esposas, narcas, madres, víctimas, justicieras, levantadas, torturadas. Queríamos ir más allá de las amantes de los narcos, sus compañeras excelsamente maquilladas, sus novias impulsadas al cielo infernal por la ayuda de cosméticos y cirugías. Queríamos saber de seres humanos más terrenales, mujeres que abrieran su corazón para decir su verdad: en qué momento advirtieron la amenaza, cuándo fue que su hermano se metió al tráfico de drogas, a quién mató su novio, qué le hicieron los policías, dónde perdieron sus sueños, o mejor, dónde fueron levantados, violados, torturados...

(...) Semanas después de nuestra comunicación por teléfono visitó la Ciudad de México y nos encontramos. De inmediato su presencia y simpatía llenaron el ambiente; sencillo, encantador, malhablado, travieso, era un niño...

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