Escuchar

AutorFabrizio Mejía Madrid

Escuchar tuvo una larga historia en el paso de una cultura oral hasta la escrita. Dos mil 400 años antes de Cristo, el egipcio Ptah-Hotep nos dejó varios consejos sobre ello:

"Aquel que lidera, debe escuchar con calma el discurso de alguien que suplica. No podrá concederle todo lo que se pide, pero un buen escucha le aliviará el corazón". O, éste: "En cuanto al tonto que no escuchará, no hay nadie que pueda hacer nada por él. Considera el conocimiento como ignorancia y lo que es beneficioso como algo dañino; él hace todo odioso, de modo que los hombres están enojados con él todos los días. Él vive de eso por lo que los hombres mueren, y distorsionar lo dicho es su comida".

Hay, por supuesto, una diferencia entre oír y escuchar que tiene implicaciones para la disposición con que lo hacemos. Escuchar es la postura moral de quien espera para hablar, no su turno en una charla, sino entender a quién está haciendo uso de la palabra. Como decían los hebreos, la primera estación de la sabiduría es el silencio; la segunda, escuchar. "El que habla, siembra. El que escucha, cosecha", dice los proverbios de la Biblia. Se trata no sólo de oír, que sería una condición anatómica, sino de escuchar, lo que involucra, según Heráclito, al corazón. Escuchar es abrir el adentro y dejar que las palabras del otro lo inunden a uno, reunir-las según nuestros conocimientos, y darles un sentido.

Plutarco escribió el primer ensayo completo sobre el escuchar. Lo redactó para sus alumnos a los que, incluso, pidió respetar la postura del oyente: "sentarse erguidos, mirar directamente al hablante, mantener una actitud de atención activa y una serenidad de semblante libre de cualquier expresión, no sólo arrogancia o disgusto, sino incluso de otros pensamientos y preocupaciones". Pidió, también, respetar los turnos para no interrumpir al hablante:

"Es como cuando un invitado bien educado en la cena tiene una función que desempeñar, mucho más un oyente; porque él es un participante en el discurso y un compañero de trabajo con el hablante, y no debe examinar rigurosamente los pequeños resbalones del orador, aplicando su crítica a cada palabra y acción, mientras que él mismo, sin estar sujeto a ninguna crítica, actúa despiadadamente y comete muchas irregularidades en la forma de escuchar". Un mal orador cometerá errores al conjugar, dar una fecha, contar una historia. Un mal oyente lo hará si interrumpe a su interlocutor para señalarle los errores antes de que él mismo pueda...

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