El español no es sólo de los españoles

AutorFelipe Garrido

Como lo sabemos (Proceso 2199), un idioma es un instrumento de dominio. Imponer el español en territorios vastísimos les permitió a los peninsulares construir su imperio. Aunque tras las guerras de independencia en América el español dejó de ser sólo de los españoles, al concluir el primer tercio del siglo XX pocos americanos y menos españoles lo habían advertido. Tan únicamente suya sentían los españoles nuestra lengua, que la Gramática publicada en 1931 por la Real Academia Española no incluye ninguna cita de un autor que no sea español.

Sin embargo, en el primer tercio del siglo XX, entre otras obras, Arturo Azuela había publicado Los de abajo; José María Arguedas, Raza de bronce; César Vallejo, Los heraldos negros y Trilce; Jorge Luis Borges, Cuaderno San Martín y Evaristo Carriego; Carlos Pellicer, Piedra de sacrificios; Ricardo Güiraldes, Don Segundo Sombra; Roberto Arlt, El juguete rabioso, Los siete locos y Los lanzallamas; Rómulo Gallegos, Doña Bárbara; Gabriela Mistral, Desolación y Ternura; Pablo Neruda, Crepusculario y Veinte poemas de amor y una canción desesperada; Martín Luis Guzmán, El águila y la serpiente y La sombra del caudillo; Juana de Ibarbou-rou, La rosa de los vientos; Vicente Huido-bro, Altazor...

Con estos y otros libros, estos y otros autores igualmente notables habían ido incorporando a nuestra lengua la savia y la sangre de América en diversas variantes de nuestra habla: todas igualmente legítimas que el español de Madrid, pues todas surgían de la historia, el genio y la necesidad de hablantes cuyo modo propio de expresión era el español.

Abundan en estas obras expresiones y voces que se apartan del español general; como sucede con autores de allende el Atlántico. Un glosario y algunas notas facilitan la lectura de Arlt, Azuela o Güiraldes... tanto como la de Ramón Valle-Inclán o Miró. En el DRAE -el Diccionario de la lengua española de la Real Academia Española-, el español general era el castellano de Madrid; se prestaba atención a los españolismos y muy poca a los americanismos.

En el primer tercio del siglo XX, la RAE era dueña del bien decir en español; las academias que a partir de 1871 había ido fundando en América y la mayoría de los académicos acataban sin reparo sus disposiciones. Algunos espíritus libres, sin embargo, ya habían comprendido que la corrección del español no podía depender de la forma de hablarlo y escribirlo en un centro único. En 1901, Unamuno escribió:

Desparrámase hoy la lengua...

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