Esponsales principescos

AutorSamuel Maynez Champion

Para centrarnos en una de las más socorridas manifestaciones de la liturgia, la del sacramento del matrimonio, hemos de traer como ejemplo la boda que tuvo lugar en Florencia, en 1589 entre Fernando II de Medici y Christine von Lothringen. Ahí se cantaron breves episodios mitológicos que recibieron el nombre de Intermezzi, género aún incierto que podríamos clasificar como ópera en miniatura. La primera de que se tenga noticia. Tristemente, las partituras se extraviaron. Continuando por esta tónica, fue la boda entre María de Medici y el Rey Jorge IV de Borbón celebrada en 1600, una vez más en Florencia, donde se representó la primera ópera de la que quedó huella tangible. El responsable del éxito de la ambientación sonora -tan responsable como pudieron haber sido en su conjunto los maestros pasteleros o los oradores- fue el compositor Jacopo Peri, con su Euridice.

Como hemos dicho, antaño este tipo de composiciones tenía una connotación de relativa dignidad, pues a los artífices del sonido les permitían ingresar a las catedrales y los palacios, donde sus recién paridas criaturas eran escuchadas con un aceptable respeto. Hoy, lo sabemos de sobra, en las bodas religiosas se refríe el mismo repertorio, y los oficiantes, tanto los que predican atrás del pulpito como los que se encaraman en los coros, salen del paso sin mayores complicaciones -acaso sólo la de llegar a tiempo- con la certeza de cobrar emolumentos que, para una generalidad son magros. Aunque, cabe aquí la aclaración, los dineros que desembolsan los casaderos suelen duplicar la cantidad que reciben los músicos implicados, ya que aquel que hace las contrataciones y cobra por el grupo se apodera del extra. No es casual que en el medio a este sujeto se le denomine "caimán".

Y tampoco lo es que en la jerga de los músicos, a las misas y otros trabajos de esa naturaleza se les apode "huesos". Son los despojos que a ellos les tocan después de que el "caimán" se devoró la parte nutritiva del festín. Obviamente, la derivación gremial califica: a los músicos que dejaron de estudiar y que viven de este quehacer marginal se les mienta "hueseros". Como es natural, existen también quienes se comportan como tales a la hora de tocar en las orquestas y de participar en conciertos de música de cámara, es decir, llegan sin saberse sus partes y lo que tocan lo hacen al aventón. Y en este tenor viene a cuento la homologación del lenguaje en pos del simbolismo de estos trabajos que un "concertista"...

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