Estampas mexicanas de John Cage

AutorRafael Vargas

Probablemente no hay nada tan difícil de aceptar como la música que nos resulta extraña, cuyo sentido se nos escapa, que no frecuentamos porque no nos gusta, y que generalmente a partir de ese disgusto no nos interesa comprender.

Basta con escuchar música china. Para nosotros, que formamos parte del mundo occidental, generador de una tradición musical literalmente inagotable, que ha nutrido y moldeado nuestra percepción auditiva, pocas cosas pueden parecernos tan disímbolas.

Deja de serlo mientras más la escuchamos. Deja de serlo cuando se conoce la manera en que es producida. Deja de serlo cuando junto al interés por ella se aprende algo de la literatura china, de su historia, de su geografía.

Pero es difícil abrirse a nuevos sonidos. Para la inmensa mayoría, lo común es oír una y otra vez la música que nos rodeó mientras crecíamos, la música con que cantamos y celebramos, la música en la que nos reconocemos.

Sí, la música es nuestra casa. Pero la música puede ser también, como lo diría John Cage, un medio de transporte veloz. Para ello hay que tener un oído aventurero. Y nunca ha sido tan fácil aventurarse en lo que a música se refiere como hoy. Ahora contamos con colecciones de música de todo el mundo, en todas partes parece haber interés por fundir (o fusionar, como se prefiera) música de diferentes géneros, diferentes regiones del mundo, diferentes tiempos... Y es probable que una buena parte de ese entusiasmo se deba precisamente a John Cage.

Brillante desde niño, dueño de excelentes calificaciones, parece, cuando se lee su biografía, haber estado abocado desde siempre a la música. Sus padres intentaron desanimarlo porque en la familia alguien se había dedicado a la música y no le había ido bien. Pero los convenció y acabaron comprándole un piano de cola mignon. Y aunque él mismo decía que nunca fue un buen ejecutante, es posible que sin ese piano hubiese sido otro su destino.

A los 18 años nuevamente convenció a sus padres para dejar la escuela y viajar a Europa. Volvió y se fue a Nueva York a estudiar. A los 22 volvió a Los Ángeles para hacerlo con Arnold Schönberg, quien le preguntó si podría pagarle sus clases. Cage le dijo que no. Schönberg le preguntó entonces si le dedicaría su vida a la música. Cage dijo que sí, y aquel lo tomó como su alumno gratuitamente.

La historia de Cage es maravillosa. Y su obra, como la de ningún otro compositor contemporáneo, produce asombro al mismo tiempo que dudas. Pero si bien se puede cuestionar su talento como ejecutante o como compositor -también es autor, por cierto, de piezas "convencionales", que a muchos parecen de una gran...

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