De "Excélsior" a Proceso

AutorJulio Scherer García

Al interior de nuestra casa nos fortalecíamos. Octavio Paz había fundado Plural y Vicente Leñero transformaba Revista de Revistas. Rosario Castellanos, Pablo Latapí, Enrique Maza, Alejandro Gómez Arias, Froylán M. López Narváez, Adolfo Christlieb Ibarrola, Hugo Hiriart, Ricardo Garibay, Samuel del Villar, Miguel León-Portilla, Miguel Ángel Asturias, Alejandro Aviles, Heberto Castillo, Samuel Máy-nez Puente, Abraham López Lara, Gastón García Cantú, César Sepúlveda, Francisco José Paoli, Gutierre Tibón, escribían en la doble página editorial. Abel Queza-da asestaba golpes en su trabajo inimitable. Entre los reporteros algunos se sabían dueños de su trabajo. Llegaría su derecho a la réplica frente a los desmentidos de los funcionarios. Heberto Castillo y yo, hermanos por su decisión y la mía, acompañados por Tere y Susana, nos sabíamos en la confianza de un solo futuro.

Conocí a Gastón García Cantú en casa de Heberto Castillo. Fue íntima la reunión en su morada de Cerro del Agua. Heberto habló prolijamente.

Contaba de la muerte de su hermano mayor, Raúl. Se despidieron, enlazadas las manos. Fue un sábado, el llanto incesante.

Al día siguiente, domingo, Heberto salía de su casa con la manopla y un bat sobre el hombro, vestido ya con su uniforme de beisbolista. Erapitcher. Su madre le dijo:

-Flaco, tu hermano está muerto.

Heberto respondió, grave:

-¿Y qué culpa tiene la novena, mamá?

Al regreso le dijo:

-Les colgué los nueve ceros -y se fue a llorar.

También contó de sus días en Lecumbe-rri. Capturado el 8 de mayo de 1969, al líder del 2 de octubre el régimen lo había llevado hasta la tortura. Miguel NassarHaro, policía, lo maltrató hasta el desvarío, temblorosas las piernas que apenas sostenían a Heberto.

Tere le transmitía su angustia por los cuatro hijos del matrimonio, pequeños aún. Nunca se apartaría de su marido, la vida de dos en uno, pero ignoraba si tendría la fuerza que haría falta para conducir a las criaturas hasta una temprana madurez.

Heberto, deformado del rostro, le dijo, lastimosas las palabras:

-Tere, yo he de ver en el rostro de nuestros hijos a todos los niños de México. Sólo así tendría sentido la vida en que estamos metidos.

También recuerdo:

En otra fecha. Soltadas las amarras del sentimiento, conversábamos los tres. Susana inasible, en su lugar permanente. Estábamos en el punto más alto de las confidencias cuando sentí que se me caía el diente frontal. Conocí el pánico, a punto de tragarme la pieza. Advertí a Heberto y a...

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