Una fiesta brava, pero sin sangre

AutorLeonardo Páez

Carlos Hernández González -Pavón, en el medio taurino- ha escrito tres interesantes libros: Sin sangre, Pajarito, en 2008, que escandalizó a no pocos taurinos; cuatro años después, La legendaria Hacienda de Piedras Negras. Su gente y sus toros, acuciosa investigación de la prestigiada casa ganadera, y en junio de este año, Jorge Aguilar El Ranchero. Un gran torero, un gran hombre, documentado ensayo biográfico de uno de los mejores representantes de la escuela mexicana del toreo.

En entrevista, explica su idea de que la fiesta brava explore un formato incruento, en el que no se mate al toro. Argumenta, además, que la incultura de los políticos, particularmente de los presidentes de la República, se percibe con toda claridad en la relación que guardan con la tauromaquia.

-¿Por qué causó escozor Sin sangre, Pajarito? -se le pregunta.

-Porque los extremos se tocan -arranca-. Se parecen aunque se consideren opuestos. El libro subraya la posibilidad de que además de las corridas tradicionales se ofrezcan espectáculos taurinos incruentos, es decir, sin la sangre del toro, aunque el torero siga dispuesto a derramar la suya en pos del triunfo. Así como el antitaurino quiere que al toro no se le haga ningún daño, el taurino purista convendrá siempre en que dicho daño se minimice; que el toro esté íntegro de fuerza, ímpetu y facultades con el fin de que la labor del torero sea en verdad meritoria, y no como ocurre hoy en día, que el toro reducido a su mínima expresión muestra una inferioridad notoria ante el torero. A sabihondos y a villamelones les pareció que la tesis atentaba contra los principios de la tauromaquia, cuando en realidad propone ampliar alternativas para ésta.

"El Ranchero", un referente

-¿Y acerca del libro La legendaria Hacienda de Piedras Negras?

-Es un recuento histórico desde 1570, año en que uno de los conquistadores edifica el casco de la hacienda en el municipio de Tetla, Tlaxcala. En 1832 esta propiedad, en poder de la Iglesia Católica y de unas 9 mil hectáreas, queda en arrendamiento a mi tatarabuelo Mariano González Fernández. Recordemos que la Iglesia era propietaria de enormes extensiones rústicas que no trabajaba, por lo que esas las daba en arrendamiento. En 1856 la Ley Lerdo ordena que todas las propiedades del clero sean adjudicadas a sus arrendatarios, con la obligación de pagar a plazos su valor a la Mitra por el importe de la renta anual con intereses de cinco por ciento. Desde ese año y después de seis generaciones hasta la actual, la familia González posee esta propiedad dedicada a la cría de ganado bravo.

El libro narra las vicisitudes que soportaron los propietarios, desde...

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