Filtraciones de una negociación

AutorBill Keller

En junio pasado, Alan Rusbridger, jefe de redacción del periódico inglés The Guardian, me llamó por teléfono para preguntarme, misteriosamente, si tenía idea de cómo organizar una comunicación segura. Realmente no, confesé. El diario The New York Times no tiene líneas telefónicas encriptadas ni un Cono del Silencio. Pues entonces, dijo, trataré de hablar de manera circunspecta.

Con algunos rodeos, presentó una propuesta inusual: una organización llamada WikiLeaks, integrada por sigilosos vigilantes antisecreto, tenía en su poder una cantidad sustancial de comunicaciones clasificadas del gobierno estadunidense. El líder de WikiLeaks, Julian Assange, un excéntrico ex hacker de origen australiano y sin residencia fija, había ofrecido a The Guardian medio millón de despachos militares de los campos de batalla de Afganistán e Irak. Después de eso, podría haber más, incluyendo un inmenso paquete de cables diplomáticos confidenciales. Para aumentar el impacto, así como para dividir el trabajo en el manejo de tal tesoro, The Guardian sugirió invitar a The New York Times para compartir esta exclusiva recompensa. La fuente estuvo de acuerdo. ¿Me interesaba a mí?

Sí, me interesaba.

Poco después de la llamada de Rusbridger, enviamos a Londres a Eric Schmitt, de nuestra oficina de Washington. Durante años, Schmitt ha cubierto en forma experta asuntos militares, ha leído un sinnúmero de despachos castrenses clasificados y tiene un criterio excelente y una conducta imperturbable. Su principal tarea: tener una idea del material. ¿Era genuino? ¿Era de interés público? Asimismo, informaría sobre la mecánica que se nos proponía para colaborar con The Guardian y la revista alemana Der Spiegel, que Assange atrajo como un tercer invitado a su secreto buffet sueco (…)

La primera llamada de Schmitt al Times fue alentadora. No tenía duda alguna de que los despachos sobre Afganistán eran genuinos… y fascinantes: un diario de una guerra atormentada de abajo hacia arriba. Asimismo, había insinuaciones de que habría más, especialmente cables clasificados de toda la constelación de puestos diplomáticos estadunidenses. En ese momento WikiLeaks los retenía, supuestamente para ver cómo funcionaba esa aventura con los medios del establishment.

En los siguientes días, Schmitt se encerró en una oficina discreta de The Guardian para hacer un muestreo del tesoro con los despachos de guerra y para discutir las complejidades del proyecto: cómo organizar y estudiar una memoria caché (de alta velocidad y acceso rápido) tan voluminosa de información; cómo transportarla, almacenarla y compartirla de manera segura; cómo trabajarían juntos periodistas de tres publicaciones tan diferentes sin comprometer su independencia; y cómo todos aseguraríamos una distancia apropiada de Julian Assange.

Durante todo este proceso, veíamos a Assange como una fuente, no como un socio o colaborador. Claramente era un hombre que tenía su propia agenda.

El encuentro

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