Al fin, seguridad social para los artistas

AutorJudith Amador Tello

La iniciativa de ley para incorporar a los artistas, creadores y promotores culturales al régimen del Seguro Social, revela no sólo la precariedad y desamparo en los que labora la inmensa mayoría de los hacedores de la “riqueza cultural del país”: desnuda también a las empresas e instituciones que les dan trabajo sin garantía de sus derechos laborales.

Propuesta por la senadora María Rojo, presidenta de la Comisión de Cultura, quien la presentó el 30 de noviembre de 2010, la Iniciativa con proyecto de decreto de ley que crea el Fondo de Apoyo para el Acceso de Artistas, Creadores y Gestores a la Seguridad Social, se encuentra ahora en el Senado para su evaluación, en manos de las comisiones de Seguridad Social y de Puntos Constitucionales, presididas respectivamente por la panista Minerva Hernández Ramos y el priista Pedro Joaquín Coldwell.

Tras comentar que sus iniciativas (como la reforma al artículo 226 de la Ley del Impuesto Sobre la Renta para estimular la producción de cine, y 226 bis en apoyo al teatro, y el llamado Derecho a la Cultura) han sido aprobadas por unanimidad, la también actriz muestra confianza en que este proyecto siga un buen curso, pues es justo para los trabajadores de la cultura, pero igualmente porque fue bien acogida por los artistas y los propios legisladores.

Al presentarla ante el pleno del Senado de la República iba ya suscrita por todos los integrantes del Grupo Parlamentario del Partido de la Revolución Democrática, al cual pertenece Rojo; la senadora Beatriz Zavala Peniche, de Acción Nacional; los senadores Manlio Fabio Beltrones y Francisco Arroyo Vieyra, del Revolucionario Institucional; Ricardo Monreal y Alejandro González Yáñez, del Partido del Trabajo; Javier Orozco Gómez, del Verde Ecologista; y Dante Delgado, de Convergencia.

Rojo considera, de hecho, que la incorporación de los creadores a la seguridad social debería hacerse por decreto del presidente. Y así como éste propuso la exención de impuestos del pago de colegiaturas, cuestiona:

“¡Oigan! ¿Y la salud de los creadores? Además, ¿de qué va a vivir este país cuando ya no haya petróleo ni nada? ¡De la cultura!”, dice al tiempo que muestra su indignación por el destino de varias luminarias de la actuación que han terminado sus días en las peores condiciones:

“Pregunten dónde murió la señora Estela Inda, quien hizo Los olvidados (de Luis Buñuel). Porque tenía un amigo en Televisa la salvaron, pero estaba en el Hospital General, dónde murió El Chicote (Armando Soto La Marina).”

Podría decirse que “no todo lo que brilla es oro” en estos casos, donde se identifica a los actores, especialmente del mundo del espectáculo, con el glamur y el oropel. Pero por doquiera se “cuecen habas”, y Rojo aclara que no todos los escritores “son Carlos Fuentes” (de quien no espera quiera inscribirse al Instituto Mexicano del Seguro Social), y enumera los casos de las cantantes Amparo Ochoa y Rita Guerrero, y del dramaturgo Víctor Hugo Rascón Banda, quienes pudieron llevar sus costosos tratamientos médicos gracias a la solidaridad de sus gremios o a la aprobación de algunos funcionarios públicos para destinarles recursos. Igual sucedió con la escritora Elena Garro.

La lista es interminable. Pero no sólo se trata de quienes han enfermado y terminado sus días en el desamparo, sino de aquellos que sufren alguna lesión o accidente al realizar su trabajo artístico y no pueden acudir a una consulta médica...

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