FRAGMENTO DE DORIS LESSING GATOS ILUSTRES.

Como la casa se alzaba en lo alto de una colina, los halcones, las aguilas, las aves rapaces, que suspendidas en las corrientes de aire, daban vueltas sobre los matorrales, a menudo quedaban a la altura de los ojos, a veces mas abajo. Posabamos la vista en las alas negras y pardas -una extension de seis pies-, destellantes con el sol, que se inclinaban cuando el pajaro describia una curva. Abajo, en los campos, nos tumbabamos inmoviles en un surco, a poder ser donde el arado se habia hundido mas al girar, bajo un manto de hierbas y hojas. Habia que sepultar o recubrir de tierra las piernas, cuya palidez, pese al bronceado, resaltaba contra el pardo rojizo del suelo. A cientos de pies de altura, una docena de aves volaba en circulo, al acecho del menor movimiento de un raton, un pajarito o un topo. Elegiamos una, tal vez la que se cernia sobre nosotros; y quiza por un instante teniamos la impresion de que se producia un intercambio de miradas: los ojos frios y penetrantes del ave, y los ojos friamente curiosos del ser humano. En la parte inferior del estrecho cuerpo en forma de bala, entre las inmensas alas suspendidas, las garras estaban ya preparadas. Al cabo de medio minuto, o de veinte segundos, se abatia sobre el animalillo que hubiera escogido; acto seguido se elevaba para alejarse con un pausado batir de alas dejando tras de si un remolino de polvo rojo y un intenso olor fetido. El cielo continuaba como siempre: un espacio azul, alto y silencioso, salpicado de bandadas de pajaros que daban vueltas. De todas formas, en lo alto de la colina era habitual ver un halcon precipitarse oblicuamente desde el circulo de aire donde habia permanecido hasta seleccionar la presa: una de nuestras gallinas. E incluso volar ladera arriba por una de las pistas abiertas en la espesura, con cuidado de proteger las inmensas alas de las ramas salientes: A?no era sin duda un ave que actuaba contra su instinto natural al recorrer veloz la avenida aerea entre los arboles en vez de lanzarse en picado sobre la tierra?

Nuestras gallinas constituian, o cuando menos asi las consideraban sus enemigos, una provision siempre renovada de carne para los halcones, buhos y gatos salvajes de varias millas a la redonda. Del alba al atardecer correteaban por la desprotegida cima de la colina, convertida en destino de los predadores por el relucir de plumas negras, pardas y blancas y el continuo cloqueo, cantar de gallos, escarbaduras y contoneos.

En las granjas africanas es costumbre recortar las tapas de las latas de parafina y petroleo y colgar al sol estos destellantes cuadrados de metal. Para espantar a las aves, dicen. Pero yo he visto un halcon...

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