El general Prim después del 5 de mayo

El desembarco en la fiebre

En octubre de 1861 España, Francia e Inglaterra, reunidas en la Convención de Londres, decidieron la intervención militar en México para exigir al gobierno de Benito Juárez el pago inmediato de la deuda. Era imposible. Sólo las exigencias del representante francés Pierre Dubois de Saligny significaban los ingresos totales de México en muchos años por venir. Pero todos sabían que el objetivo de Napoleón III, a quien impulsó a la aventura su esposa española Eugenia de Montijo, era establecer un protectorado que explotara las riquezas mexicanas y al mismo tiempo detuviera la expansión de los Estados Unidos.

Saligny acusó al general Prim de que su intención era coronarse como Juan I rey de México, pero que ellos no lo dejarían. De todos modos lo urgente era salir de Veracruz donde los invasores morían por decenas aniquilados por la fiebre amarilla. La esposa de Prim, Francisca Agüero Echeverría, era mexicana y sobrina de un ministro juarista. Esto facilitó los Convenios de La Soledad que permitieron a los europeos moverse hacia tierras menos insalubres. Fue evidente para todos que los franceses dejaban atrás las reclamaciones por la deuda y se disponían a una segunda conquista de México.

Una horda de salvajes mal armados

Prim embarcó las tropas españolas y no tardaron en seguirlo los ingleses. Antes de irse Prim advirtió al general Lorencez que estaban a punto de involucrarse en una empresa de consecuencias impredecibles. El comandante francés se rió y le dijo que la expedición iba a ser un simple paseo: los mexicanos nunca pelearían y si lo hicieran en un par de horas estarían completamente derrotados.

Desde 1815 nadie había vencido al ejército francés. ¿Cómo iba a poder con él una horda de salvajes mal armados? Sin embargo Zaragoza, sus generales y sus soldados derrotaron a los vencedores de Sebastopol, Magenta y Solferino. Por primera vez en cincuenta años el clarín tocó la retirada al que era en ese momento el mejor ejército europeo. La sorpresa ante la humillación no tuvo límites. No era posible esa victoria de las que llamaban castas bastardas, inmorales, sedientas de sangre que combinaban los vicios del blanco con el salvajismo del indio.

El precio de la venganza

La voluntad de castigar la insólita derrota provocó que Francia comprometiera sus recursos y sus mejores tropas en México, primero para someter a Puebla y ocupar la capital y luego para apuntalar el imperio-ficción de Maximiliano. En Francia hubo...

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