"Gracias, hermanos chilangos"

AutorSara Pantoja

Llegaron exhaustos la madrugada del domingo 4. Unos a pie, otros "de jalón", en autobuses y autos particulares. Las autoridades capitalinas los recibieron con una cobija y los invitaron a "descansar" en las frías gradas de cemento. Más tarde les repartieron pan de dulce y las primeras bebidas calientes.

Hacia el mediodía, la presidenta de la Comisión de Derechos Humanos de la Ciudad de México (CDHCDMX), Nashieli Ramírez; el secretario de Gobierno, Guillermo Orozco, y quien lo sucederá en la próxima administración, Rosa Icela Rodríguez, ofrecieron la primera conferencia. Anunciaron que ya había 470 personas, incluidos 17 niños.

Adelantaron que para el miércoles 7 esperaban alrededor de 5 mil. Y así fue.

Nunca en su historia reciente la Ciudad de México había atendido un fenómeno semejante.

"Gracias a Dios, llegamos aquí. Gracias a Él y a los hermanos mexicanos que nos han ayudado en el camino", declaró Delmy Rivera, oriunda de Honduras, donde dejó a dos de sus cinco hijos y a un hermano. Como muchos de sus compañeros, Delmy ignoraba cuántos kilómetros había recorrido y cuántos más le faltaban para llegar a su destino.

El lunes 5, cuando había entre mil y mil 500 migrantes, el albergue operaba con fluidez, pese a la desorganización, que acentuaba los problemas derivados del megacorte de agua. Había sólo 16 baños móviles en el estadio. Para el viernes 9 aumentaron a 161, incluidas tres zonas de "regaderas".

Las autoridades capitalinas montaron al menos cinco carpas gigantes para proteger a los albergados de las bajas temperaturas. El primer día, la gente durmió sobre tablones de madera que la separaban del lodo y el pasto húmedo. Al día siguiente les repartieron colchonetas individuales que les aliviaron el descanso.

Quienes no alcanzaron espacio en las carpas, apartaron lugar en las gradas. Con tablones, otros improvisaron paredes y techos sobre la pista de caminata. Unas más, particularmente familias con casas de campaña, las montaron afuera del estadio, sobre el pasto y junto a árboles.

La carpa más grande fue destinada a mujeres que viajan solas con sus hijos. Una más, a quienes lo hacen en familia. Al paso de los días y bajo los rayos del sol, la mezcla de olores a sudor, comida, ropa sucia y pañales usados comenzó a penetrar. Picaba nariz y garganta. Personal de derechos humanos entraba con cubrebocas a realizar un censo poblacional.

En los alrededores de las carpas, el DIF capitalino y asociaciones sociales nacionales e internacionales...

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