El gran luto mundial

AutorAnne Marie Mergier

PARÍS.- Sudáfrica se siente huérfana y el mundo está de luto. El jueves 5 falleció Nelson Mándela. Durante más de medio siglo Mándela simbolizó la fuerza de la dignidad humana y su triunfo, primero sobre el apartheid y luego sobre la tentación de venganza de los millones de víctimas del régimen racista.

Umversalmente celebrado, Mande-la desconfiaba del culto que inspiraba. Le parecía a la vez intrascendente y peligroso ser calificado de "profeta", "ídolo", "icono", "santo", "leyenda viva" o "mesías". En realidad sólo se reivindicó como líder.

Pero su concepto de liderazgo era sumamente complejo, a la vez pragmático y profundamente arraigado en su cultura africana, explica Richard Stengel en su libro Mandela's Way. Fi/teen Lessons on Life, Loue and Courage (El camino de Mande-la. Quince lecciones de vida, amor y ualentía). Director del semanario Time desde 2006, Stengel colaboró con Mándela en la redacción de su autobiografía, El largo camino a la libertad, publicado en 1994.

Stengel convivió casi dos años con Ma-diba (como lo llamaban en el clan xhosa al cual pertenecía), de finales de 1992 a mediados de 1994, durante los cuales grabó 70 horas de entrevistas con él y llenó cientos de cuadernos.

En 2010 Stengel se sumergió en sus apuntes y escribió El camino de Mándela, un libro de apenas 200 páginas de lectura agradable y estilo ameno donde dibuja un fino retrato psicológico de Madiba.

"Ser líder significó distintas cosas para Mándela", dice Stengel. A veces tomó la expresión al pie de la letra.

Un ejemplo: decidió encabezar al grupo de presos condenados junto con él cuando llegó por primera vez a la isla de Robben en 1962. Quería ser el primero en enfrentar las miradas y los escarnios de los guardias y enseñar a sus compañeros que la mejor manera de actuar era impo-nerse desde el principio frente a los carceleros. (...) Por supuesto ser líder para Mándela implicaba también tomar iniciativas atrevidas e inclusive que iban a contracorriente.

Larga es la lista de las iniciativas cruciales de Madiba.

En 1951 se lanzó a la conquista de la dirección de la Liga de la Juventud del Congreso Nacional Africano (CNA), sacudiendo con su radicalismo a la vieja guardia de la organización. Un año más tarde, en 1952, encabezó la campaña de desobediencia civil contra los salvoconductos impuestos por el régimen sudafricano a la población negra para limitar su libertad de movimiento en el país e incluso dentro de las ciudades.

La sangrienta represión a ese movimiento de resistencia no violenta dio a conocer internacionalmente la lucha contra el apartheid y convenció a Mándela de la necesidad de renunciar a la filosofía gan-dhiana que permeaba al CNA.

Le costó mucho trabajo persuadir al CNA de que urgía recurrir a la violencia y crear una organización clandestina de sabotaje. Lo logró. En 1961 fundó y dirigió Umkhonto we Swize (brazo armado del Congreso Nacional Africano).

También se mostró temerario durante el Juicio de Rivonia en 1964.

Explica Stengel:

Mándela se declaró culpable ante la Corte. Se declaró culpable de luchar a favor de los derechos humanos y de la libertad, de combatir las leyes injustas y de defender a su pueblo oprimido. Reconoció que había planeado y organizado acciones de sabotaje contra el gobierno. Hubiera podido fácilmente declararse inocente, pero según sus criterios esa actitud significaba no comportarse como líder. Sabía que corría el riesgo de ser condenado a muerte, pero no buscó evitar esa sentencia.

Tres décadas después, en 1995, Mándela lanzó dos nuevos desafíos que causaron asombro. Tenía apenas un año de haber sido electo presidente en los primeros comicios democráticos de la historia de Sudáfrica, cuando aseguró que se limitaría a un solo mandato presidencial.

"En 1999 cumpliré 81 años. Un octogenario ya no tiene por qué meterse en política", comentó en varias oportunidades.

Hubiera podido ser presidente vitalicio. Pero el poder por el poder no le interesaba. Sólo le importaba encaminar a su país hacia la democracia y pasar luego la estafeta.

Y fue precisamente para proteger esa transición democrática de la violencia que sacudía al país que Mándela y Desmond Tutu, arzobispo anglicano y siempre opositor del apartheid, concibieron la Comisión para la Verdad y la Reconciliación.

Pedir a los verdugos que reconocieran públicamente sus excesos y sobre todo a las víctimas que los perdonaran fue un acto de inmensa valentía y una apuesta arriesgada de Mándela y Tutu.

Llovieron críticas, se multiplicaron protestas, hubo mucha resistencia pero Mándela no retrocedió.

Creada a finales de diciembre de 1995 la Comisión empezó sus labores los primeros días de 1996. Durante dos años recogió 20 mil testimonios de víctimas en todo el país y generó una inmensa catarsis nacional. No sanó todas les heridas, pero evitó un baño de sangre en el convulsionado periodo posterior al apartheid.

Negociaciones secretas

Para Stengel, sin embargo, fue a mediados de los ochenta cuando Mándela tomó la iniciativa más arrojada de toda su vida:

"Ninguna de las acciones de Mándela implicó...

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