El grito de la legitimidad

AutorJavier Sicilia

Aun cuando las víctimas y sus organizaciones sabíamos que en esas fosas de Tetelcingo la Fiscalía desapareció cuerpos de personas que estaban siendo buscadas por sus familiares, el gobierno de Morelos se negó a abrirlas bajo el principio de legalidad. "Es -dijo el gobernador Graco Ramírez- una práctica común de las fiscalías y todo está conforme a derecho".

Apoyados por el presidente de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, Luis Raúl González, apelamos entonces a la Secretaría de Gobernación. El argumento que esgrimimos fue: "Ustedes, como gobierno, tienen la legalidad y pueden, como gobierno, impedirnos abrir las fosas. Pero nosotros tenemos la legitimidad. Los invitamos a colocar al lado de la legitimidad la legalidad y a que abramos juntos las fosas. De lo contrario, usando nuestra legitimidad, las abriremos nosotros, y ustedes, usando su legalidad, tendrán que meternos en la cárcel y explicarle a la nación por qué lo hicieron".

El argumento que entonces esgrimimos fue el mismo de Antígona, en la Grecia del siglo V a.C., ante Creonte, el rey de Tebas, que se negaba, a causa de las leyes del Estado, a enterrar a Polinice, hermano de Antígona, conforme a las leyes religiosas. El mismo que Las suplicantes de Esquilo dirigieron al mismo Creonte para que les devolviera los cuerpos de sus hijos muertos durante la expedición a Tebas.

Gobernación entendió el argumento y, a diferencia de lo sucedido en las tragedias de Sófocles, de Esquilo y México, las víctimas, junto con el Estado, intervenimos las fosas. Hasta el momento no sólo se han entregado 11 cuerpos, sino que cada uno de los 106 restantes están inhumados humanamente y con sus respectivos registros y ADN dentro de gavetas que se encuentran en el panteón Jardines del Recuerdo, en Cuautla.

Por desgracia, ese acto ejemplar en el que legalidad y legitimidad caminaron juntas para enfrentar uno de los flagelos más terribles de la nación: los desaparecidos; ese acto, que debió haberse convertido en política de Estado, quedó devorado por la vorágine de la violencia y el sensacionalismo mediático y político (cuando todo se vuelve importante ya nada lo es), y el divorcio entre legalidad y legitimidad volvió a lanzar a las víctimas a la situación de Antígona y de las Suplicantes. Es decir, a clamar por la legitimidad aplastada por una legalidad que sola, como sucedió desde el 68, ha protegido la desaparición y el crimen.

El acto más significativo de ese clamor surgió durante el Segundo...

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