Guerra comercial con efectos imprevisibles

AutorAdrián Foncillas

BEIJING.- La hemeroteca corrobora que el rancio proteccionismo que defienden hoy Washington y Londres sólo trae desgracias. La célebre Acta Tarifaria Hawley-Smoot, de 1930, con la cual Washington gravó 20 mil productos de importación, desencadenó respuestas parecidas en todo el mundo que contribuyeron a agravar la Gran Depresión y frenaron la recuperación. Las exportaciones estadunidenses se derrumbaron más de 60% en apenas cuatro años y el contexto global ayudó al auge del nazismo.

Las guerras comerciales -como la que ahora empiezan a protagonizar China y Estados Unidos- sólo funcionan cuando una economía tiene una superioridad apabullante sobre la otra, y éste no es el caso. Es más que probable que los efectos desborden a los rivales y se extiendan a un mundo aún esforzado en remontar la crisis financiera.

"Tendrá un impacto serio en la economía global", corroboraba la semana pasada Roberto Azevedo, director general de la Organización Mundial del Comercio (OMC). Éste es uno de los momentos más críticos que ha afrontado la organización en sus casi tres décadas de vida, alertaba en la BBC.

Bill Clinton anunció medidas severas contra la nación asiática y acabó apoyando el ingreso del país asiático a la OMC. Los aranceles a los neumáticos chinos, que impuso Barack Obama, acabaron arruinando al sector avícola estadunidense cuando Beijing respondió prohibiendo importar patas de pollo, las que devoran en masa los chinos.

No preocupó demasiado que durante su campaña electoral Trump prometiera aranceles criminales a las exportaciones chinas, después de acusar a Beijing de ser el mayor ladrón de la historia, de violar (en el sentido sexual) a Estados Unidos y de destruir sus puestos de trabajo.

El conflicto nace del desequilibrio comercial de 375 mil millones de dólares de Estados Unidos ante China y que, como recordó Trump, no tiene precedente. La justificación moral llegó en un informe de Washington que presuntamente demuestra conductas injustas, como el trasvase de tecnología.

Para la apertura económica, China impuso la condición de que las compañías extranjeras se asociaran con las locales en muchos sectores. Beijing pretendía un atajo para cubrir la abismal brecha tecnológica e impedir que las empresas foráneas se comieran a las locales. Es discutible su ética, pero no que esas decisiones de compartir la tecnología a cambio del acceso a un mercado de mil 400 millones de consumidores fue libre y consciente. La pretensión de castigar ese trasvase ahora por la vía arancelaria suena poco caballerosa.

Los impuestos al aluminio y al acero, aprobados por Washington el 1 de marzo, fueron el primer cañonazo de la guerra comercial. China respondió con la misma...

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