La Montaña, hambrienta y disriminada

COCHOAPA EL GRANDE, Gro.- Las indígenas de huípil se acercan a la secretaria Rosario Robles, la primera funcionaria de alto nivel que pisa el municipio después de las inundaciones, para pedirle ayuda en voz bajita y en escaso español. La experredista les dice que se anoten en el Programa de Empleo Temporal para que cobren como cocineras de la Cruzada Nacional Contra el Hambre. Otra confiesa su miedo a que, con los caminos bloqueados, la comida escasee, a lo que Robles responde que en las dos cocinas comunitarias que existen en la cabecera comerán todos.

A cada petición de los damnificados, la titular de la Secretaría de Desarrollo Social (Sedesol) estira la cobija de los programas ya existentes para los pobres. Si solicitan refugio, la receta es que acudan a los albergues para niños de la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas (CDI). Si hay hambre porque los víveres no llegan, ahí está ya el maíz de Diconsa. Si se teme a las enfermedades, menciona a los médicos de la Secretaría de Salud. Dicta desde el mundo ideal de la teoría lo que en la vida real no se ve por ningún lado.

A unos metros de donde se realiza el encuentro de Robles y el gobernador Ángel Aguirre con los habitantes de este municipio mixteco, clasificado como el más pobre del país, las tres cocineras del único Comedor Comunitario de la estrategia contra el hambre en esta cabecera hierven en plena calle un sartén lleno de agua, sobre una pira de ocotes que despide humo denso. No tiene ingredientes, en estos días están escasos. Tampoco hay mesas, platos o sillas ni se ven sartenes. Lo que sí I se ve es mucha hambre.

"Falta agua, atún, arroz, sardina, mayonesa, jugos, Maicena, frutas, chile, verduras, ya casi no hay Minsa ni frijol, sufri-I mos para conseguir agua", dice la señora I Concepción Flores Francisco. Otras dos se-I ñoras asienten.

"Falta todo: comal, olla, cacerolas, cu-I charas, tortilleras, estufa de tres quemado-I res, leña, despensa, gente que ayude... Ha-| bía todo cuando nos vinieron a enseñar los soldados, pero estuvieron una semana nada más y cuando se fueron se llevaron sus trastes y estufa, porque todo era de ellos", agrega la cocinera Guadalupe García García, una de las "voluntarias" asignadas a la fuerza por la comunidad para esa labor.

Desde fines de agosto, cuando se fueron los soldados del Plan DN-III-Social -como bautizó la Sedesol a las visitas de los militares que durante varias semanas enseñarían a las mujeres de todas las comunidades a cocinar sanamente- es una proeza mantener el comedor funcionando. Este 2 de octubre las cocineras están tan concentradas en atizar la lumbre rebelde que no se enteran de que el alboroto en el auditorio de enfrente es por la visita de Robles, su patrona, la mujer encargada del programa para el que ellas trabajan gratis y a diario, desde las cuatro de la mañana hasta las cinco de la tarde, amasando cada una 10 kilos de tortilla, acarreando agua limpia, cortando, picando, pelando y sazonando ingredientes, cuando hay, para darles desayuno y comida a 500 niños y ancianos.

Por más damnificados que se digan, los adultos no tienen permiso de servirse. Aunque Robles invite a todos a comer ahí, la comida no alcanza.

Los militares asignados al pueblo respaldan sus quejas. Repelan porque ellos tienen que compartir sus botellas de agua, sal, cebollas y chiles para que la comida esté limpia y no quede desabrida. También las ayudan a cargar los leños de ocote que de tanta humareda que suelta los obliga a llevar cubrebocas (y ellas...

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