Herencia mortal de la Guerra de Vietnam

AutorAdrián Foncillas

VIENTIÁN.- El museo ofrece un detallado recorrido por el arsenal de la época: morteros, granadas, misiles y bombas de todos los tamaños... Todo ese conjunto herrumbroso ha sido recogido en los últimos años en los alrededores de Phonsavan, un pueblito en el norte de Laos.

La atención del recién llegado se detiene en una bomba imponente de mil kilos, pero el director de la organización UXO Lao (Programa Nacional de Municiones sin Explotar), Charlie McFarlane, apunta a unos juncos con cientos de anodinas bolas de metal oxidadas. Tienen el tamaño de una pelota de tenis y un aspecto escasamente inquietante. Son bombas de racimo, conocidas aquí como bombitas.

"Si quieres destruir un puente, utiliza bombas grandes. Si quieres matar gente allí abajo, utiliza las de racimo. Pequeñas y baratas. Son perfectas", dice.

Su único y a menudo despreciado defecto es que siguen matando a civiles muchas décadas después de que se firmó la paz.

Durante nueve años, entre 1964 y 1973, este pequeño país del sureste asiático recibió una lluvia de bombas. Más que las que soportaron Japón y Alemania juntas durante la Segunda Guerra Mundial.

Fueron 2.5 millones de toneladas -casi una tonelada por habitante- y sin tregua: 580 mil misiones, una cada ocho minutos. Su testamento más perdurable son las bombas de racimo: sólo 1% de 270 millones de ellas ha sido desactivado después de más de cuatro décadas, según la organización no gubernamental Legacies ofWar.

Diez de las 18 provincias siguen hoy "altamente contaminadas". Los aviones estadunidenses las sembraron en el sur para interrumpir la Ruta Ho Chi Minh, un conjunto de carreteras y ríos por los que fluían el armamento y las tropas de Viet-nam del Norte y el Vietcong. No había ninguna lógica militar para desparramarlas en el norte, pero la zona estaba controlada por el gobierno comunista del Pathet Lao. La instrucción era simple: borrarlo del mapa.

Hasta Phonsavan, apenas una calle que ensancha la carretera regional, ha llegado la solidaridad internacional para compensar la falta de fondos gubernamentales. Organizaciones neozelandesas, británicas y japonesas emplean cada día a 800 personas en la titánica misión de despejar el terreno de bombas.

La misión neozelandesa está comandada por McFarlane, ingeniero militar y exsoldado de andares pesados y antebrazos como remos, con experiencia en Irak, Bosnia y Timor Oriental. Los últimos 15 de sus 58 años los ha dedicado a eliminar bombas. Es un empleo con el futuro asegurado...

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