Ignacio Suárez Huape, un político auténtico

AutorJavier Sicilia

La muerte se ha apoderado de este país; la muerte en sus dos rostros: el de "lo arbitrario humano", como decía Albert Camus -los asesinatos, la violencia-, y el de "lo arbitrario divino" -los terremotos, la enfermedad, los accidentes-. Esta fue la de Ignacio Suárez Huape y su esposa Inés Delga-dillo Montaño, acaecida el 20 de mayo en la carretera México-Cuernavaca. La noticia se dio en los medios. Pocos la atendieron: Ignacio Suárez Huape, Nacho, como le llamamos sus amigos, no pertenecía al espectáculo del crimen y de la pasarela de la imbecilidad política. Pertenecía al de la reserva moral del país y a esa especie casi extinta, la del político entendido como un servidor de la gente, dedicado a los asuntos de los ciudadanos.

Nació en Michoacán el 15 de marzo de 1960. Pero se crió en Morelos. Profundo católico, formado en la Teología de la Liberación en la época de Sergio Méndez Arceo, discípulo de uno de sus más hermosos representantes, el padre Rogelio Orozco -quien también fue su director espiritual-, cursó en la UNAM estudios latinoamericanos. Cuando a finales de los años ochenta surgió el Partido de la Revolución Democrática (PRD), no sólo se distinguió como uno de sus fundadores en Morelos, sino también como diputado local en la XLVII Legislatura, presidente de la Comisión de Derechos Humanos en el Poder Legislativo y, hasta su fallecimiento, como consejero estatal y nacional. Su militancia no fue lo que es para muchos, un lugar para la corrupción y el carrerismo, sino un estar al servicio de todos. Nacho no se paseaba en los corredores del poder. Iba de ellos a la gente, y de las demandas de la gente al poder, para obligarlo a atenderla.

Persona de bajo perfil -no le gustaban ni los medios ni los templetes ni las aulas-, era, sin embargo, un organizador, un activista formidable y alguien que nunca perdió de vista el sentido humano. No hubo en Morelos batalla -la defensa del Casino de la Selva, que le costó la cárcel; la oposición a las mineras canadienses; las víctimas de la violencia; la defensa de los pueblos, etcétera- en la que su saber político, su capacidad organizativa y su profundo amor no estuvieran presentes. Destacó como activista del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad (MPJD). Desde el inicio se dio a la tarea, junto con Pietro Ameglio, de organizar-lo y operarlo -la logística de la marcha de Cuernavaca a la Ciudad de México, del 5 al 8 de mayo de 2011, fue, al lado de Javier González Garza, obra suya-. Siempre...

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