El Imperio indeciso y su colonia tartamuda

AutorSabina Berman

Según las medidas convencionales del poder, Estados Unidos es un Imperio. De cierto el Imperio más poderoso que jamás haya existido.

Su ideología conquistó el total del mundo en el siglo XX. Incluso la otrora renuente China es hoy parte del gran Mercado Liberal que Estados Unidos propagó por el planeta, y por momentos forzó en puntos rebeldes.

Sus ejércitos y sus agencias de seguridad hoy patrullan las calles o las veredas de una veintena de países en crisis, por ejemplo de México, donde enmascarados tras las fuerzas nacionales y de pronto de forma independiente, combaten y capturan a los capos de la droga.

Su cultura domina las otras culturas, sus estrellas de cine son las celebridades del orbe, sus académicos dictan el discurso universal y el inglés americano es la lengua franca de nuestros días, como lo fue el latín durante el Imperio Romano.

Sobre todo, y en la base de ese poderío, las megaempresas de capital estadunidense son las que rigen la economía trasnacional, empresas que a diario sorben excedentes de los cuatro rumbos del planeta para depositarlos en Wall Street, la avenida de altos rascacielos en cuyos ventanales el sol se vuelve oro.

Y sin embargo, Estados Unidos es un Imperio peculiar. Un Imperio paradójico. Inédita es su vacilación de reconocerse como un Imperio. Una vacilación que sus vecinos leemos como una hipocresía conveniente, y a su interior Estados Unidos nombra reticencia.

El Imperio reticente, así se ve Estados Unidos a sí mismo, por más que a diario ejerce y disfruta los frutos de su dominación. El Imperio que no se atreve a decir su nombre para no asumir sus responsabilidades con las colonias, así lo vemos muchos desde afuera de sus fronteras geográficas nominales.

El gran poder en la majestad de su aislamiento, dicen los estadunidenses. El centro del Imperio donde se concentran los superávits mundiales y que se rebela ante las consecuencias inconvenientes de sus propias acciones: así se nos presenta ahora, en el caso particular del destino de nuestros hermanos mexamericanos.

Más despacio y de forma más local.

Desde hace un siglo, como vecino del Imperio, México no ha tenido opción de seguir su propia ruta cultural o económica. Forzadamente a veces, también para su conveniencia en otras más, ha debido adaptarse a la hegemonía del gigante.

Estados Unidos domina nuestra cultura y domina nuestra economía. Decide qué le exportamos y qué le importamos. Hay que acotarlo: ante una docilidad enervante de nuestros...

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