Un insólito centenario

AutorSamuel Máynez Champion

Se ha dicho que para Darius Milhaud pocas músicas tenían el poder de conjurar las inclemencias del invierno.(1) Una de éstas, su supuesta preferida durante los días helados de París, era el Huapango de José Pablo Moncayo (1912-1958). Escuchándola con el cuerpo aterido, su espíritu había de transportarse hasta esta latitud nuestra recibiendo las intuidas bondades de un sol curativo y un cielo luminoso. En las vitales armonías de los sones veracruzanos tomados en préstamo por Moncayo, Milhaud probablemente descubría una sensación que a nosotros a menudo nos rehúye: en los tañidos de nuestras raíces musicales sobreviven ecos ígneos de un pasado comunitario que continúa caldeando al presente individual.

Pero ¿quién fue, o qué más hizo, el compositor que vio con desagrado cómo la apabullante popularidad de su primer experimento orquestal fue fagocitando al resto de su producción y sus quehaceres musicales? ¿No fue estrictamente cierto que para el maestro jalisciense la envergadura de la obra escrita en 1941 no iba más allá de considerarse como una especie de tesis para examen profesional(2) y que diría con sorna que se había convertido en El Moncayo de José Pablo Huapango?

Más allá de disquisiciones anunciadas, muchas de ellas escritas en las páginas de este semanario por José Antonio Alcaraz, es necesario acercarnos a la figura del músico para conmemorar la primera centuria de su nacimiento, acaecida el 29 de junio, tratando de abordar un aspecto de su trayectoria artística que no se ha estudiado con hondura suficiente. Hablamos de su faceta como director de orquesta, en la que encontramos destellos de una capacidad inusual y de una solvencia digna de recuento. No obstante, no está por demás mencionar someramente su perfil biográfico.

Como ya se ha escrito, el autor del celebérrimo Huapango vio la luz en Guadalajara en el seno de una familia numerosa con dificultades para subsistir. En busca de mejores oportunidades laborales y de un andamiaje educativo más propicio, la familia Moncayo emigró a la Ciudad de México alrededor de 1918. Poco después, el jefe del hogar falleció dejando a nuestro compositor en una orfandad que habría de marcarlo para el resto de su sucinta existencia. Se cree que la decisión de volverse músico fue derivada de la influencia del hermano mayor, quien ayudaba al sostenimiento de la prole tocando el piano en cines, cafés y estaciones de radio; sin embargo, esta suposición no tiene asidero documental. Tampoco hay evidencia...

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