Ira y miedo en el Istmo de los vientos

AutorEmiliano Ruiz Parra

JUCHITÁN, OAX.- Llegué al Istmo de Tehuantepec pensando que la energía eólica era la alternativa ante la catástrofe ambiental: el planeta es ahora un grado centígrado más caliente que hace 100 años, y será dos grados más caliente en 2030, a menos de que reduzcamos a la mitad las emisiones de efecto invernadero. De no hacerlo, a finales del siglo XXI habrá el doble de guerras, la mitad de los alimentos y un PIB mundial 20% más bajo. Mi generación es corresponsable de la crisis: la mitad de las emisiones de carbono por quema de combustibles fósiles se han emitido en los últimos 30 años.

Por eso me sentí en un mundo al revés cuando llegué a Juchitán, Oaxaca, famosa por sus vientos que voltean tráileres en las carreteras. Los vendavales son parte de las expresiones populares. "Tiene aire tu cabeza", se dice cuando hablas disparates. Y así me sentí, con aire en la cabeza, al escuchar a unos 40 líderes comunitarios, activistas e intelectuales indígenas, mestizas y mestizos, hablar en contra de la energía eólica la tarde del 17 de octubre pasado. ¿Qué puede tener de malo tomar la energía del viento?

Para que el viento se convierta en energía se emplean los aerogeneradores: turbinas con forma de ventiladores que pueden medir hasta 100 metros de altura y que se instalan en grandes extensiones de tierra -o de mar- en parques eólicos. Los vientos de 6.5 metros por segundo son suficientemente rentables para instalar un parque. En el Istmo de Tehuantepec la velocidad media de los vientos es de 10 metros por segundo, es decir, hay una mina de oro soplando sobre la región. Al día de hoy hay instalados mil 223 aerogeneradores en Oa-xaca. Para los pobladores, que llevan más de una década lidiando con las empresas eólicas, la energía del viento -tal como se explota ahora- es un fraude en la lucha contra el cambio climático y una agresión a las formas de vida de las comunidades indígenas.

Las empresas dicen que los parques eólicos son inofensivos: argumentan que, si bien necesitan grandes extensiones de tierra, sólo ocupan 2% del territorio para la instalación de los aerogeneradores, y el resto puede seguirse usando para la agricultura. En realidad, una vez que arriendan la tierra y la llenan de turbinas suelen cerrar el acceso. Ya no se puede pastorear animales y sólo algunos tienen derecho a sembrar.

Una turbina de dos megawatts mide unos 67 metros (el Ángel de la Independencia mide 52) y necesita cimientos de unas 85 toneladas de concreto y acero para sostenerse: estructuras que estorban la recarga de los mantos freáticos y aceleran la desecación de ríos y esteros. La afectación no es menor, ya que la forma de vida de las comunidades binni'zaa (za-poteca) e ikoots (huave) es precisamente la siembra y la pesca.

En el Istmo de Tehuantepec hay 29 parques eólicos, asentados en ejidos o tierras comunales. Una pregunta importante es de quién son los aerogeneradores. En su mayoría pertenecen a empresas extranjeras. De los 29 parques, 17 son de capital español. Lo interesante es a dónde va esa energía o quién se queda con las ganancias del viento, y el número es elocuente: 92% de la energía eólica del Istmo de Tehuantepec es para autoabastecimiento: la producen empresas privadas para otras empresas privadas. Acciona, de España, produce energía...

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