Iri y Toshi Maruki, los muralistas de Hiroshima

AutorAnne Marie Mergier y Midori Iijima

TOKIO.- Para Iri y Toshi Ma-ruki no podía haber infierno peor que el que habían vivido durante los bombardeos de Tokio, obligándolos a refugiarse en la pequeña ciudad de Urawa, a escasos 70 kilómetros.

El 6 de agosto de 1945, sin embargo, se les heló la sangre cuando un comunicado oficial sumamente escueto anunció que las fuerzas aéreas estadunidenses habían arrojado una bomba atómica sobre Hiroshima. Nunca habían oído hablar de armas nucleares, pero de inmediato presintieron que algo aterrador había ocurrido en la ciudad natal de Iri.

Movieron cielo y tierra para viajar a Hiroshima. No fue fácil. Se había interrumpido el tránsito ferroviario. Iri tuvo que esperar tres días antes de subirse al primer tren que pudo salir de nuevo. Toshi, su esposa, lo alcanzó una semana después. Ya fuera de lo que quedaba de la estación se tropezó con escenas que rebasaron su capacidad de entendimiento: ruinas y devastación hasta donde se perdía la vista, miles de heridos moviéndose o derrumbados entre los escombros, muchos sin aparencia humana, militares recogiendo y quemando cadáveres.

A Iri Maruki le costó trabajo dar con su familia. La encontró en estado de shocfe y desesperada: dos sobrinas suyas habían perecido fulminadas por el fuego nuclear, su hermana estaba herida, su padre padecía graves quemaduras -murió seis meses después-, y muchos amigos suyos habían fallecido o estaban desaparecidos. La casa familiar, ubicada a dos kilómetros del hipocentro de la explosión, aún estaba de pie, pero el soplo de la deñagración había volado techo y ventanas.

En un texto que firmaron juntos meses más tarde, los Maruki contaron:

Un sinnúmero de víctimas de la bomba se aglutinaron poco a poco en lo que quedaba déla estructura calcinada de nuestra casa hasta llenarla por completo ¦ se quedaron allí, tirados en el piso. Cargamos a heridos, incineramos a muertos, buscamos comida y encontramos láminas chamuscadas de hojalata para reparar el techo. Asediados por el hedor de la muerte, por moscas y gusanos, empezamos a deambular por la ciudad devastada exactamente como lo hacían los que habían vivido el bombardeo.

Iri y Toshi Maruki se regresaron a Tokio a principios de septiembre profundamente trastornados e intuyendo que su vida y su obra nunca iban a volver a ser lo que habían sido antes de su estancia en Hiroshima. Pero fue sólo al cabo de tres años cuando empezaron a vislumbrar el nuevo rumbo de su existencia y de su creación.

Los Maruki eran una pareja de pintores de fuertes convicciones progresistas y pacifistas. Habían rehusado ponerse al servicio del gobierno militarista de Japón, que pedía -por no decir exigía- de los artistas que pintaran cuadros alegóricos de las guerras coloniales que el ejército imperial libraba en China y el Pacifico. Muy pocos tuvieron su temple.

Nacido en 1901, Iri Maruki había dejado la finca familiar en 1919 para estudiar arte en Tokio con grandes maestros como Raisho Tanaka y Rofu Ochiai. En los años cuarenta destacaba en la pintura tradicional japonesa con brocha conocida como nihonga. También empezaba a dominar la técnica multisecular del suíbokuga -trabajo con tinta china y agua-. Realizaba con la misma maestría paisajes tradicionales y obras inspiradas en el surrealismo y el arte abstracto occidental.

Oriunda de la isla de Hokkaido (norte de Japón) y nacida en 1912 en una familia religiosa -su padre era sacerdote budista del templo Zenshoji de la ciudad de Chip-pubetsu-, Toshi Akamatsu era muy independiente. Decidida con fimeza a escapar de un «matrimonio concertado» y a dedicarse a la pintura, había dejado su casa a los 17 años para inscribirse en una escuela de arte en Tokio. Soñaba con convertirse en «una Paul Gauguin femenina», según sus propias palabras. En 1939, siguiendo el ejemplo de su «ídolo», había pasado seis meses retratando a nativos en una isla perdida del Pacifico.

Iri Maruki y Toshi Akamatsu se casaron en 1941 y llevaban sus respectivas carreras en forma autónoma, Iri cada vez más absorto por el suíbokuga y la abstracción y Toshi metidísima en el arte figurativo y apasionada por el desnudo.Trabajar juntos nunca les había cruzado por la mente, tan distintos y a veces tan antagónicos eran sus estilos. Pero después de Hiroshima todo cambió.

Explica John W. Dower, autor de Guerra, paz y...

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