El Estado Islámico, lejos de su desaparición

AutorTémoris Grecko

Una sangrienta serie de atentados coordinados en Sri Lanka; nuevos ataques en Siria, Irak, Afganistán, Egipto, Nigeria, Filipinas, Somalia y Libia; acciones en territorios donde no había tenido presencia (Congo,Tayikistán); e incluso la proclamación de una nueva wilayah (provincia) en India, son indicadores de que la organización Estado Islámico (EI) está lejos de su desaparición, pese a su devastadora derrota hace cuatro meses en Siria.

Una entidad común hubiera entrado en una espiral de pérdidas en cadena: después de que en marzo perdió la última aldea de lo que llamaba "califato" -uno que en 2015 llegó a ocupar gran parte de Siria e Irak-, se esperaba que empezaran a caer también lo que denomina sus wilayat (plural de wilayah) en África y Asia.

Los expertos describieron esas expectativas como pensamiento voluntarioso (wishful thinking), algo que se quiere que pase aunque no haya bases para ello, porque el EI tiene como pilares de resiliencia su estructura profundamente descentralizada y su naturaleza ideológica.

Una parte de su capacidad de atraer reclutas y milicias radicaba en la existencia misma del "califato", donde se materializaban en un territorio definido lo que otros grupos competidores -especialmente Al Qaeda- sólo podían presentar como promesas.

Se creía que el EI mantendría su peligrosidad, aunque sufriera algunos retrocesos en distintos sitios. Lo que está resultando una sorpresa, no obstante, es que en muy poco tiempo los yihadistas de Abu Bakr al Baghda-di (líder del grupo islámico) han logrado rearticular su capacidad organizativa, reemplazar sus tácticas, fortalecer su mística y recuperar potencia de golpeo, y ahora están encarrerados expandiendo su influencia en nuevas zonas del mundo.

Victimismo y resistencia

El EI tardó muy poco en dar un enorme bofetón que disipó las esperanzas más optimistas. Su califato vivió menos de cinco años, desde que al-Baghdadi declaró su creación en la ciudad iraquí de Mosul, el 29 de junio de 2014, hasta que las fuerzas kurdas le arrebataron la desconocida aldea siria de Baguz, el 23 de marzo pasado.

De esta batalla, el autoproclamado califa escapó al desierto, perseguido por algunos de sus propios súbditos tunecinos, que se habían vuelto contra él. Parecía una derrota abrumadora.

Menos de un mes después, el 21 de abril, una operación, antecedida por tareas de entrenamiento, planeación y preparación, mató a 258 personas y dejó heridas a más de 500 en tres iglesias y tres hoteles de lujo...

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