Ivaginaria / Guácala, qué asco

Los modales nunca son prescindibles. Ni en la cama, ni en la mesa, ni en cualquier otro sitio. Hasta cuando uno se encuentra a quien más le pudre los ovarios, es de muy buena crianza saludar y apretarse las gónadas en pos de la cortesía y de la urbanidad.

Ha poco recordé una de esas memorias retorcidas en donde el placer y el asco se mezclan de una manera bizarra, y que en sí es una anécdota sobre malas maneras.

En aquellos días conocí a un hombre divino que se veía que ganaría en el colchón muchas competencias horizontales. Tipazo. Parecía que iba a romper todas las marcas mejorables en la carrera del erotismo. El individuo lo logró con suficiencia cuando fue probado en las sábanas y logró trofeos incomparables. Aplausos y ovaciones de pie.

Sólo que, como en todos los cuentos de hadas que estamos condicionados a creer y a perseguir, éste individuo contaba con un defecto que hasta ese momento, yo no sabía que me iba a complicar la pasión y el gusto que yo pudiese sentir acerca de él.

Un mal día, tras la follada, acudimos a comer y al verlo deglutir concluí algo horrible: me daba asco.

El compañero de cama en cuestión comía casi con las manos. Engullía los alimentos de manera compulsiva, como si jamás en su vida hubiese metido algo en su boca, acción que había logrado realizar con cosas no digeribles con suficiente éxito, ya saben a lo que me refiero: realizaba actos eróticos a nivel oral difícilmente superables en aquel entonces.

Comía con la boca abierta. Llenándose el buche como, perdónenme hermanos animalitos de la madre tierra, marranito enloquecido. Incluso, ash, no he visto a ningún cochinito comer de tal forma en que me asustara y escandalizara hasta cierto punto.

Para rematar con polka, deshacía la comida con las manos, manchándose por completo las manos de grasa y de otros elementos que conformaban el alimento. En la ropa, además, se le caía la salsa, carne, manchas de todo.

Querido público: me friquié por completo. Ese ser erótico y...

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