Japón: el pánico “civilizado”

AutorVíctor Kerber Palma

Ocurre que la imaginación de los novelistas compite con los influjos de la naturaleza, y a veces ésta gana. Komatsu vislumbró un megadesastre con miles de náufragos arribando a las costas de China, Corea y el Sureste Asiático, lugares donde persisten los resentimientos por los desenfrenos del ejército imperial en la guerra.

Aunque Japón sigue ahí a pesar de los terremotos ocurridos en días pasados, el éxodo ha comenzado. Cientos de personas huyen en busca de refugio en el sur; más aún, muchos contemplan la posibilidad de salir del país, atemorizados por la contaminación radiactiva provocada por las explosiones en los reactores de Fukushima. Las islas japonesas, dicen los geofísicos, se han desplazado más de dos metros desde su posición original y hasta se cree que el planeta entero se movió sobre su eje.

Es difícil creer que el país de alta tecnología, robots, diseños fantásticos, historietas manga, cerezos en flor, rollizos luchadores de sumo, Akutagawa y el monte Fuji, se encuentra hoy sumido en la peor crisis desde el final de la Segunda Guerra Mundial.

Hace tiempo que los japoneses dejaron de tener gobierno, si por tal entendemos una autoridad visible con capacidad de decisión sobre los asuntos de Estado. Y es que en el último lustro han tenido no menos de seis primeros ministros, prácticamente uno por año; todos aspiran a por lo menos cinco minutos de gloria; todos quieren concurrir a una reunión de jefes de Estado y saber qué se siente.

Los japoneses confían demasiado en la capacidad administradora de su aparato burocrático, siempre previsor, siempre exacto. No hay procedimiento que no tenga reglas, y si algunas no están en el manual emerge la parálisis. Les resulta increíble la improvisación.

Para tener una idea, el manual para casos de desastre –accesible por internet– recomienda tener a la mano dinero en efectivo, pasaporte, certificado de seguro, tres litros de agua potable, alimentos no perecederos, teléfono móvil con cargador, pañuelos desechables, cinco toallas, una linterna, un radio portátil, un paraguas, ropa para el frío, casco, guantes, tapabocas, una bolsa grande de basura, un refractario transparente para la comida, algunas ligas, cobijas, periódicos (se advierte que no son para leer, sino para protegerse del frío), fotos de la familia, un silbato, un par de lentes para quienes padecen de la vista, medicamentos de uso habitual, toallas femeninas, un aparato de música para tranquilizarse además de la radio, cinta...

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