Un jardín dentro de una llanta

AutorFabrizio Mejía Madrid

Del Orozco provisional, el que borra las fronteras entre escultura y pintura, el que pone en juego la propia idea de lo artístico, la obra que más me conmueve es la que resulta de sus propias manos cuando estrujan una masa de barro y que queda con la forma de un corazón. Se llama: "Mis manos son mi corazón". Tiene un correlato -siempre tiene una variación-que es el acomodo de cientos de palitos de paleta conectados con sus dedos como en un haz de luz. Hay siempre esta unidad orgánica entre el proceso de usar el cuerpo para armar un objeto que se pone en jaque a sí mismo.

Son muchos los ejemplos de este tipo de obras, pero las que más me entusiasman son las de la mesa de billar circular con una bola colgada de un péndulo -que, como fue ideada en un club británico donde se reunían los inversionistas de la Bolsa, se ha visto como una crítica de lo azaroso que es el capitalismo financiero-; la idea de no usar el espacio que en 1993 le había asignado el Museo de Arte Moderno de Nueva York y, en su lugar, trabajar con los vecinos cuyas ventanas daban a la sala para convencerlos de que todos los días pusieran naranjas en sus quicios y, con ello, hacer una enorme escultura colectiva llamada "Jonrón" -las naranjas fueron vistas como recordatorio de los inmigrantes hispanos-; y la rueda de la fortuna que vi en la EXPO-2000 en Hannover, Alemania: la mitad estaba por fuera y la otra entraba al subsuelo. Todas son esculturas que ponen en duda al objeto mismo: ajedreces que sólo tienen caballos, coches reensamblados sin una tercera parte, papalotes enredados en copas de árboles.

Pero entiendo el nombramiento de Gabriel Orozco como el tutor detrás de la conexión de las cuatro secciones del bosque de la Ciudad de México con sus más de 8 kilómetros cuadrados desde varios puntos de fuga. Uno es el reconocimiento a una generación de artistas nacidos en los sesenta -Abraham Cruzvillegas, Damián Ortega, Carlos Amorales y Teresa Margolles, entre otros- que, tras el escándalo de poner un apuntalamiento de vigas del terremoto de 1985 en la entrada de la exposición para artistas jóvenes en 1987, no tuvieron ya lugares para trabajar ni exhibir sus obras. Todos tuvieron que emigrar y, al igual que en el caso de los cineastas de esa misma generación, obtuvieron el reconocimiento por fuera del país de los prestigios como intercambio de favores.

Son los primeros mexicanos globales, multiculturales e inmigrantes. Sus obras tienen un componente de crítica al museo, al...

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