Joaquín Mortiz, medio siglo

AutorRafael Vargas

Poeta en su juventud, con habilidades para el diseño y definido gusto tipográfico, expresaba su amor por las letras vigilando la manera en que estas se estampaban. Amaba su oficio de editor.

La suya era una vocación que siguió desde muy joven, a los 19 años, cuando comenzó a publicar en su natal Madrid la revista literaria Floresta de Prosa y Verso, en 1936, en colaboración entre otros con Francisco Giner de los Ríos y con el apoyo de Juan Ramón Jiménez. Crecer en una casa llena de libros y revistas fue uno de los motivos que lo llevó a ella. Otro, el trato que su padre, el poeta, crítico y traductor Enrique Díez-Canedo tuvo desde muy joven con intelectuales y hombres de letras de España, Francia y América Latina.

El estallido de la Guerra Civil Española impidió que el joven Joaquín siguiera su evolución natural como hombre de letras, pero a la postre le dio a México uno de sus grandes maestros en el ámbito editorial.

Díez-Canedo combatió en esa guerra, pero a la caída de la República emigró a México, y al poco tiempo se inscribió en la Facultad de Filosofía y Letras, en la cual comenzó a relacionarse con el mundo literario mexicano.

En 1942 ingresó al Fondo de Cultura Económica, y trabajó en él por espacio de veinte años. Se convirtió en parte esencial de esa casa, y sorprendió a muchos cuando renunció en febrero de 1962.

Según contó su sobrino, Bernardo Giner de los Ríos, quien comenzó a trabajar con Díez-Canedo muy poco tiempo después hasta convertirse en su brazo derecho, éste advirtió que el Fondo perdía paulatinamente independencia ante el gobierno mexicano y prefirió poner casa aparte.

No lo animaba la idea de hacer una fortuna. Quería tener libertad para publicar lo que le interesaba. Y lo que le interesaba era publicar buena literatura, que en esos años no contaba con más canales de salida entre nosotros que Porrúa, el Fondo de Cultura y Ediciones Era, fundada muy poco tiempo antes.

A diferencia de las casas mencionadas, Joaquín Mortiz fue desde sus inicios, en junio de 1962, una editorial eminentemente literaria. Sus cuatro primeros títulos fueron Las tierras flacas, de Agustín Yánez, con la que se inauguró la colección Novelistas contemporáneos; La desolación de la quimera, de Luis Cernuda, y Salamandra, de Octavio Paz, con la que se estableció la colección Las Dos Orillas, y Gente, años, vida. Primer libro de memorias, de Ilia Ehrenburg, que abrió la serie Confrontaciones.

Además de su clara importancia literaria, son libros...

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