José Lino Montes. Desde las entrañas del campo yucateco...

AutorRaúl Ochoa

Recuerdo mi triste historia. No tuve infancia. Nací en el pueblito Tekanchen, en Yucatán, de aproximadamente mil habitantes, donde viví 15 años. Por las mañanas estudiaba y en las tardes me dedicaba a las faenas del campo. Mi madre, yucate-ca, es ama de casa, y mi padre es veracruzano. Pasamos momentos muy difíciles, pero cuando creíamos que no íbamos a tener de comer gracias a Dios mi papá siempre llegaba con algo de alimentos. En mi pueblito empecé a soñar, me ilusionaba mucho con viajar por el mundo, subirme a un aeroplano, conocer y aprender cosas nuevas. Y cada vez que escuchaba el sonido de un avión salía corriendo, me tiraba al suelo y me ponía a buscar los aviones que se perdían entre las nubes. Una vez le pregunté a mi madre: ¿Cómo es un avión por dentro? Me decía que era como una ciudad con mucha gente en constante movimiento.

A mis 14 años mi papá, Melquiades Montes, empezó a enseñarme cosas que todo adulto inculca a los hijos para sobrevivir solos. Un día fuimos al campo él, mi hermano mayor y yo. Al regresar a casa nos encontramos a unos tíos de Veracruz que vivían en Tijuana e invitaron a mi padre a trabajar en Tijuana, y aceptó. Entonces nos fuimos al municipio de Tekax, donde ahora radico.

Mi papá me dijo: 'De todos mis hijos tu eres el más cabrón, el más inteligente, el más duro, y si algún día llego a faltar quiero que te hagas cargo de mi familia y nunca dejes que nada le falte'. Mi padre se despidió de todos. Fui el único de mis hermanos que no lloró. Un día dieron por muerto a mi papá. Me dolió, pero contuve el llanto porque antes de irse me dijo: 'los verdaderos hombres nunca lloramos'. Yo estaba muy chico y había muchas cosas que aún no entendía.

No me gusta hablar de esto, pero lo voy a hacer. Me sentí perdido, no sabía qué hacer, ni cómo ayudar a mi familia. Empecé a extrañar a mi papá, lo lloré como nunca en mi vida y me di cuenta que los hombres también lloran.

Tres meses antes de cumplir 15 años empecé a practicar las pesas. Todo empezó cuando conocí a la familia Díaz Álvarez, dueños de una nevería en el centro de Tekax. Les pedí trabajo, me ofrecieron su casa, donde viví un año. La señora daba clases en la secundaria en la que yo estudiaba y todos los días me llevaba y me trataba como de la familia. Comía bien, pero cada vez que me sentaba en torno a la mesa no dejaba de pensar en mi familia. Estaba en atletismo, pero previo a las competencias intersecundarias unos maestros me dijeron: 'estás muy chapita pero...

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