Joseph Conrad y su traductor Pitol

AutorSergio Pitol

Llegar a Conrad marca uno de los momentos decisivos que puede conocer el lector cultivado. Volver a él es, ciertamente, una experiencia de mayor resonancia. Significa poner los pies, una vez más, sobre una infirme tierra de portentos, perderse en las infinitas capas de significación que esas páginas proponen, postrarse ante un lenguaje construido por una retórica soberbia, agitada, cuando al autor le parece conveniente, por ráfagas de ironía corrosiva. Sobre todo, es encontrarse de nuevo ante los Grandes Temas, esos que uno encontró en la tragedia griega, en Dante, en algunos dramaturgos isabelinos, o en Milton. La diferencia estriba en que la obra de Conrad se nos presenta como monumental, conclusiva y totalizadora, y el lector llegará jadeante hasta las últimas líneas de cada una de sus novelas para descubrir que aquello que parecía ser un sólido mausoleo es más bien un tejido que puede hacerse y deshacerse, que su carácter es conjetural, que nada ha sido conclusivo, que la historia que acaba de leer puede ser descifrada de muy diferentes maneras, todas ellas, eso sí, desoladoras.

(…) Este aristócrata polaco (nacido con el nombre de Józef Teodor Konrad Nalecz Korzeniowski), nacionalizado inglés, aventurero en su juventud, marino mercante gran parte de su vida, ganado a la literatura en la madurez de su vida, no hace ninguna concesión a todo aquello que no haya asimilado como concepto propio, ni establece compromisos de sumisión con la sociedad. Le horrorizaba la social-democracia, ya en boga entre la juventud de su época, por considerar el concepto de fraternidad peligrosamente demagógico, en tanto que debilitaba el sentimiento nacional, y sostenía que la madurez de una sociedad, su aseo moral, la eliminación del elemento criminal en su conformación, sólo podría ser obra del individuo. Por remota que le pareciera su realización, creía en la nación como un conjunto de personas y no de masas.

(…) Una novela de Conrad es, en su parte más visible, una historia de acción, colmada de aventuras, situada en escenarios exóticos, y, a veces, realmente salvajes. Lo normal en ese tipo de novelas es contar una historia de manera directa, con una cronología sin fracturas, y hacerla fluir capítulo tras capítulo hasta llegar al desenlace. Para Conrad eso habría sido una crasa vulgaridad. Él podía iniciar el relato a la mitad de una historia o aun comenzar a contarlo poco antes del clímax final, donde le diera la gana, y hacer que el relato se moviera en...

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