Nosotros los jotos / Ay, ojotes, ¿qué me ven?

A los cuatro años, Erik Rivera quedó cautivado con los vellitos del pecho de los señores y, sin entender aún por qué le atraían, empezó a hacer con ellos lo que más disfrutaba: Dibujarlos en sus personajes. Claro que, como "buen jotito", también pasaba horas pintando chicas con glamorosos vestidos y tacones fantásticos.

Mi querido amigo era un mustio que hacía travesuras sin que lo cacharan y muy pronto se ganó el sobrenombre de Erick el Terrible. Después de estudiar diseño gráfico en la UAM y aplicarse a cumplir su sueño de vivir para y del arte, lo empezaron a llamar Erik el Niño Terrible por su carita infantil, que conserva hoy con 35 años y en la que sus ojos pequeños siguen echando chispas de pasión.

Ver la mirada de los otros es algo que siempre le ha fascinado, sobre todo atestiguar cómo cambia en una persona cuando ve pasar a otra que le provoca deseo. De ahí que su sello como autor son los personajes ojones.

"Ligar en la calle con la mirada es una magia, es tener un romance de dos minutos", me asegura.

En una ocasión, sus ojos picarones le consiguieron un "noviecito de autobús", un muchacho con el que coincidió varias veces en el trasporte y, como iba a reventar, se daban arrimones y hasta se abrían la bragueta para saludarse de mano.

"La magia se acabó cuando el chavo me dijo que fuéramos a tomar un café", me cuenta el Niño Terrible entre risas.

Platicamos en su taller que es también su hogar, un departamento antiguo de techos altísimos en la colonia Juárez lleno de su amplia obra. Siento las miradas inquietantes, lo mismo de imágenes clásicas que reinterpreta con su estilo como la Mona Lisa de Da Vinci y el sensual San Sebastián, que ángeles, dioses griegos y a los hombres de pelo en pecho llamados "osos" que le siguen fascinando.

"Sí, son invasivos, te miran y como un espejo te regresan lo que tú ves en ellos".

Yo fui testigo de que cada quien ve en sus cuadros lo que lleva dentro. En su más reciente exposición en el Museo del Chocolate titulada "Chocolatoso", había un óleo, "El baile del molinillo", en el que dos muchachos se abrazan pegando las cabezas y sostienen un molinillo con las manos entrelazadas. La señora a mi lado le dijo a su nieto: "Mira, qué lindos los amigos, van a preparar chocolate", mientras yo...

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