Nosotros los jotos / Chilito Lindo I

Lunes, seis de la tarde. El esplendor de Tonatiuh, el Sol, enciende en mí el deseo de lanzarme a la calle para estrenar mi casco rojo. Pedaleo como chamaco travieso por la ciclopista del Paseo de la Reforma con dirección al Centro. En contraflujo caminan mancebos acalorados, como yo; nuestras miradas se cruzan por unos segundos y algunos me sonríen, pero yo sigo muy orondo con mi yelmo encarnado de caballero ecológico.

Tanto ambiente ígneo -de fuego, para que me entiendas, querido lector- termina por inflamar en mí el deseo y pedirme aventura. "¡Pretextos quiere la putería!", suele decir mi tía Angustias.

Al llegar a la Alameda Central recuerdo que en la pequeña calle de Colón había un antro de rompe y rasga, El Clandestine, que nunca conocí. Me acerco y descubro que ahora hay una cantina totalmente abierta, con mesas afuera y grupos animados de dos o tres muchachos...

"Una cervecita y ya, hombre", me susurra al oído un diablillo colorado desde mi hombro izquierdo.

"¡Pero si es lunes!", me grita la Prudencia.

La imagen de un gallardo caballero águila de las milicias de nuestro señor Huitzilopochtli, con su fresca michelada en una de las primeras mesas de La Rayuela -que así se llama el lugar de libaciones-, desarma en un segundo mi templanza y mando a la Prudencia a tomar por culo.

"Al fin que no tienes marido que te espere", remata el chamuco cabrón mientras anclo la bici a un poste y entro con el casco colgando del antebrazo, como si fuera un bolso Chanel...

"Y to-dos me mi-ran, me mi-ran, me mi-ran porque sé que soy fi-na, porque todos me ad-mi-ran...", canta desde la rocola mi comadre la Trevi.

La bienvenida y el tono del sitio me los da un letrero en una cartulinota rosa: "Persona que sea sorprendida consumiendo o vendiendo drogas o sexo será consignada ante las autoridades correspondientes".

Vaya, y ahora que vengo dispuesto a cerrar la boca y abrir la cartera, como aconseja la tía Rocío de mi querido amigo Lázaro.

Entro al baño y junto al mingitorio corrido, dispuesto para un bufete de embutidos a la mexicana, leo la misma advertencia. "¡Chiales! Habrá que sonreír y recurrir al padre de la creación: el Verbo, que era Dios", me digo y salgo al salón riéndome de mis babosadas teológicas.

Me responde la...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR