Nosotros los jotos / Reinaldo

En 1968, cuando fue la Olimpiada en México, también se organizaron unas Olimpiadas Culturales y fuimos invitados por el Gobierno cubano a presentar "El Rey Se Muere", de Ionesco, al Teatro García Lorca de La Habana. Yo era uno de los actores de esa obra, dirigida por Alejando Jodorowsky, y el papel principal lo hacía don Ignacio López Tarso.

Después de las funciones, mucha gente nos esperaba a la salida del teatro para felicitarnos. Todos los jóvenes se acercaban a mí, que por entonces tenía 26 años, y me hacían unas preguntas que me turbaban: "¿Cómo es Raphael? Porque en algunos radios oímos que canta, pero no tenemos idea de cómo es físicamente". O "¿A qué sabe el chocolate?".

Yo les preguntaba "¿Y estás contento?", porque Cuba vivía ya con el régimen comunista de Fidel Castro y el bloqueo económico de EU. "¡Oh sí, compañero!" Todo el mundo me aseguraba que estaba muy feliz con la Revolución.

Estos "fans" también me iban a buscar al Hotel Tropicana, cuyo comedor tenía unas vidrieras, y me hacían señas para que saliera porque los cubanos tenían prohibido entrar a los hoteles y a las tiendas. El único lugar en el que les vendían a ellos era el famoso Copelia, que servía café y helados en el quiosco de un parque. Entre paréntesis te cuento que yo nunca ni en México ni en ningún lado vi tantos gays "loquitas" (afeminados) como ahí, de 13 ó 14 años, hablándose a gritos en femenino, totalmente amanerados. Me explicaron que lo hacían para chingar porque a diferencia de los mayores de edad, a ellos no los podían detener y mandar a los campos de concentración para homosexuales (Unidades Militares de Ayuda a la Producción, UMAP), como el de la Isla de Pinos.

El último día de mi estancia -antes de pasar a la aventura que quiero contar-, varios de esos amigos me organizaron una fiesta de despedida. Fue una fiesta casi a oscuras porque no podía haber luz después de las 10 de la noche; alguien consiguió milagrosamente un par de velitas y unas botellas de ron.

Aquellos muchachos que me hablaban muy bien de Cuba y la Revolución, ya con alcohol encima me decía al oído "Sácame de aquí, Pablo, por favor; si me pides desde México para que trabaje, el Gobierno me manda". Y me daban un papelito con sus datos. Por lo menos 10 de ellos me hicieron esa petición, uno de los cuales fue Reinaldo.

Se trataba de un muchacho guapo, de mi edad, que cuando se acercó en el teatro me preguntó "¿Estás en el Hotel Tropicana? ¿Quieres que te visite mañana y platicamos? Me...

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