El joven Alatorre evocado por Juan José Arreola

AutorRaquel Tibol

Gracias a las memorias de Juan José Arreola recogidas por su hijo Orso (primera edición 1998, editorial Diana) es posible reconstruir el inicio de la prolongada amistad entre dos notables jalisciences: Arreola y Alatorre. Respetaré parcialmente la redacción original y tomaré pocos datos de otras fuentes.

Recordaba Juan José Arreola:

“En 1944 conocí a Antonio Alatorre. Yo laboraba en el periódico El Occidental y Antonio era colaborador de la revista Tribuna, igual que Alfonso de Alba y Pepe Pintado, todos ellos estudiantes de la Facultad de Derecho de Guadalajara. Un día Alfonso de Alba me dijo: ‘Mire usted, maestro, yo le quiero presentar a Antonio Alatorre, quien por sus méritos y capacidad también se puede hacer cargo de algunas de las secciones del periódico’.

“El caso es que desde entonces nos conocemos y compartimos una bella amistad, que en aquellos años fue fundamental para mí. Antonio era un hombre delgado, tímido, usaba unos pantalones claros y un suéter recto de botones, de color gris. A veces le gustaba ponerse una gorra de visera. “Había nacido en Autlán de Grana. Me sorprendió que viviera en un hospital con unas tías monjas que eran enfermeras. Antonio vivió allí una temporada y luego se cambió a la calle Pavo, esquina con Ramón Corona. Antonio, al igual que yo, provenía de una familia en donde hubo monjas y curas. Desde que nos conocimos en Guadalajara, me contó que perdió la fe por completo cuando se salió del seminario. Creo que llegó a una forma de ateísmo burlesco respecto de todos los ritos, cosa que ha creado en mí serios problemas de orden espiritual e incluso ha afectado en cierta medida nuestra amistad. Su inteligencia, talento y sensibilidad me ayudaron a establecer una amistad que creció rápidamente, en cuestión de días.

“Con Antonio pasó algo curioso. Primero en el seminario y luego en la Facultad de Derecho tuvo una sólida formación dentro de la tradición humanista. Estudió y aprendió a la perfección el griego, el latín y el francés. Era un sabio en cuestiones de teología. Recuerdo que Antonio se mofaba mucho de ciertas lecturas que hacía en el seminario. Me decía que le habían dado a leer puras ñoñerías, que gracias a mí descubrió la verdadera literatura. Por esos días yo le revelé la otra literatura, la profana, que era el lado opuesto a la formación de carácter religioso que había recibido en el seminario. Antonio tenía una necesidad enorme de hacer otro tipo de lecturas, casi diría que leyó con voracidad...

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