Juan José Reyes: Hombre de libros
Autor | Jorge F. Hernández |
MADRID, ESPAÑA.- Hace una semana -en estas mismas páginas- escribía Juan José Reyes Pruneda un luminoso retrato de Benito Pérez Galdós. Hoy la tinta se vuelve agua salada para despedirlo con admiración y gratitud: fue un amigo incondicional, un editor minucioso y detallista, un escritor discreto en tanto que abonó la mayoría de sus páginas a favor de los demás o del Otro, más que en afán de explayarse él mismo en cuentos o novelas propias.
Era ensayista de corazón y reseñista profesional, era un Maestro con mayúscula en el difícil arte de enseñar a los novicios el lenguaje de la corrección ortotipográfica en la prehistoria de las imprentas, cuando la trinchera inicial de la prosa se transpiraba en la corrección de galeras y luego, la revisión de las capillas.
Eso que suena a memorial de arquitecto era el sustento de Juan José, verdadero hombre de libros: el que lee con lupa y corrige con amoroso bisturí, el que cita para contagio y el que calla en medio de la discusión para rematar inmediatamente con lucidez e inteligencia una conclusión inapelable (moviendo la mano en el aire en cámara lenta).
Tenía 65 años de edad y nos queda a deber muchas páginas ahora que su legado se centra en el recuerdo imborrable de sus andanzas y en la nómina de sus buenos hechos: crítico literario -incisivo y alentador-, editor como multiplicador y maestro entrañable. Hizo mucho camino ejemplar en El Semanario Cultural del ahora extinto periódico Novedades, donde cabalgaba al lado de José de la Colina, ambos pluma en ristre y adarga antigua; resucitó la labor editorial del Consejo de la Crónica de la Ciudad de México con Guillermo Tovar de Teresa al frente y fue colaborador constante de la Revista de la Universidad, en Letras Libres, Nexos y Milenio.
Buen aficionado a la tauromaquia (sobre todo, escrita), Pepe era huertista, y queda congelado el casi borroso instante en que vimos entrar al gran Joselito Huerta al bar-restaurante del Tío Luis y se le llenaron los ojos de mar sin poder acercarse a tocar a quien fuera su ídolo. Decía que le apenaba en el alma saber que el toro que le propinó una de las peores cornadas a Huerta había sido un morlaco de nombre Pablito, como su hermano, el economista con el...
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