Julio Scherer con Arthur Miller

AutorJulio Scherer García

NUEVA YORK.- De ojos hundidos y piel pegada a los huesos, de enormes gafas y finos dientes maltratados, alto y casi calvo, con toscas manos de trabajador y delgadas piernas que mal cubren diminutos calcetines, Arthur Miller, el universalmente célebre dramaturgo nacido en Brooklyn, dijo hoy que para los Estados Unidos ha sonado la hora decisiva: o emplean su poder para ayudar a desarrollarse a otros países por su propio esfuerzo, sin imposiciones políticas o culturales, o un proceso de autodestrucción se habrá iniciado para ellos.

Muerto para la etiqueta, incapaz de un gesto afectado o de una mueca "interesante", tan espontáneo como sus personajes y tan esforzado como ellos, habló de Vietnam con esta rudeza:

"No se ha contado con el nacionalismo que allí se ha desarrollado, con la dignidad nacional, con esa fuerza que las balas no pueden destruir, Vietnam no tiene una justificación realista, sino que es una guerra simbólica. Pero los soldados mueren en realidad y no simbólicamente."

Lo de Vietnam se inició con buenas intenciones -agregó-, pero falta hoy la decisión para admitir que se cometió un error.

Mientras la ciudad aclama en el "Mo-rosco" su nueva obra -¡El precio!- y algunos críticos, como el del New York Times, afirman que en el público hay una conmovedora aceptación ante la fuerza y sinceridad de la pieza, el autor encara con Excélsior la situación "desesperadamente idiota" en que nos encontramos todos, enloquecido el mundo en una carrera que al parecer no tiene límites: la de armarse más y más y más.

Pero los Estados Unidos y la Unión Soviética no luchan ya por destruirse uno al otro. Eso pasó. Ambas potencias tienen la misma meta, que es organizar la productividad a un alto nivel tecnológico. El gran problema ha sido desplazado hacia los países subdesarrollados. Es aquí, en puntos que concentran la mayoría de la población humana, donde pueden desatarse los conflictos regionales que nos lleven a la hecatombe, dejen en suspenso la historia y hagan buenas las palabras de Sartre acerca del fin, o sea el momento de "matar a los muertos".

Otros temas se tocaron durante la entrevista: La incapacidad de los dirigentes de los Estados Unidos y la Unión Soviética -el telón bajado sobre China, que desde lejos parece un manicomio-, el naciente idealismo americano y ruso, capitaneado por jóvenes -el sentimiento de derrota y desesperación de la literatura contemporánea-, los "hippies", que nada transforman y rápidamente pierden importancia, un próximo viaje de Miller a México, quizá en abril, y Marilyn Monroe, para quien el dramaturgo pidió, tan amargo como enérgico:

"Dejemos que ella descanse en paz."

La excepcional aventura diaria

En la agencia que maneja los asuntos del dramaturgo, de Ingrid Bergman, de Au-drey Hepburn, la misma que se ocupa de las nuevas ediciones de la obra de Thomas Mann, Excélsior localizó al escritor. En un vigesimosexto piso de la Avenida de las Américas y en una pequeña oficina que en todo lo contradice -sillones verdes, rojos y azules, paredes blancas pintadas con finas rayas grises, igual que cierto tipo de camisas pasadas de moda-, una puerta inexplicablemente negra y secretarias sofisticadas que se comportan como si el mundo estuviera realmente a sus pies, veintiséis pisos más abajo-, Miller habló de sus propósitos de visitar México.

¿Razones especiales? Ninguna. Su mujer tiene un hermano con negocios en nuestro país. ¿Planes para escribir? Ninguno, aunque el escritor siempre está en ello. ¿Temas, en todo caso? Los de siempre: el hombre, su vida y sus problemas cotidianos. Nada de gestos heroicos o aventuras extraordinarias. La excepcional aventura diaria, y nada más.

Miller detuvo sus ojos oscuros en el reportero. Lo invitaba al interrogatorio.

-Es evidente, señor Miller, que el mundo vive un momento trágico...

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