Laboratorio contra el olvido

AutorMarcela Turati

CUAUHTÉMOC, CHIH.- La señora Iralia Gutiérrez tirita de angustia. Incontenible es la tembladera de sus manos cuando revisa ese informe que revela el paradero de su hijo Amir, donde aparecen fotografías que exhiben nueve sobres y otras de su interior: fragmentos de huesos, de huesos calcinados. Son los reminentes, explica refiriéndose a los pedazos que quedaron de su hijo -"era mecánico y muy buen papá"-, quien desapareció en 2011 y hoy, se sabe, fue quemado en un rancho.

Iralia acaba de salir de una discreta sala de la fiscalía estatal donde unos peritos le entregaron los sobres con las fotografías y le permitieron abrirlos. Con guantes en las manos y tijeras cortó delicadamente las envolturas y sacó esos huesitos que miden centímetros y pesan escasos gramos. Los colocó sobre una tela, fue tocándolos amorosamente, uno por uno, como cuando acariciaba a su hijo. Se derrumbó en llanto durante esta última caricia.

"Estos son los reminentes; en esta foto están todos", dice a la reportera mostrando los remanentes de los huesos que no se diluyeron en los laboratorios de genética.

Aunque tiembla, solicita ser entrevistada porque quiere hablar de su vivencia, en agradecimiento a las organizaciones que la ayudaron a recuperar a su hijo:

"Antes me dieron un oficio (en la fiscalía) y me explicaron lo que hallaron a modo de que entendiera, pero lo agarré como un papel cualquiera. Hasta ahorita que vi los huesitos como vienen en las fotos que encontraron en ese rancho Dolores. Ahí encontraron las nueve muestras que dieron ADN. Lo que abrí fueron nueve paquetes, pero tenían muestras chiquitas, chiquititas".

Hace una pausa, respira, y continúa: "Esto es muy duro, no creas".

El Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) y peritos de la fiscalía del estado le mostraron esos nueve pedazos de huesos masticados por el fuego, exhumados en 2011 junto con cientos de cenizas y trozos de más huesos localizados en ese rancho abandonado del municipio de Cuauhtémoc.

Iralia carga la foto de su querido Amir vestido de vaquero, con sombrero blanco, a la usanza de la zona. Ese fue su último retrato: se lo tomaron en un parque donde paseaba a su hijo. Está en espera de que le entreguen la caja y agilicen el papeleo burocrático para velarlo a mediodía y enterrarlo por la tarde.

Escenas de impotencia y liberación

En los pasillos una chica de 17 años intenta no llorar luego de ver el sobre con el hueso de lo que quedó de su papá, un boxeador cuyo nombre artístico era El Apache, a quien desaparecieron en 2011, a escasos días de que le llevó a su hija un pastel para festejarla por su primera comunión.

Ella y su mamá no quisieron ver el hueso que sobrevivió a las pruebas del laboratorio que revelaron a quién pertenecía; sólo quisieron escuchar la detallada explicación forense que ahora repite: "Encontraron tres piezas: dos vértebras lumbares y el fémur; sólo quedó una pieza de él pero no quise verla. Prefiero recordar a mi papá como era", dice, intentando mantenerse serena. Sus ojos gritaban su tristeza.

Cuando se enteró de que los restos de su papá estaban en una fosa, la joven sintió mucho coraje. "Tenía la esperanza de que no fuera él". Ahora está triste, pero también aliviada porque "se acaba la intriga" que sentía dentro de sí...

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