Las lecciones de George Steiner

AutorFabrizio Mejía Madrid

-Ven, amigo, tú también debes morir. ¿Por qué gimotear al respecto?

"Todo lo que vino después", escribe Steiner, "es tan sólo un pie de página a ese terror débil". Más adelante, definiendo lo que debe ser un buen profesor universitario hila sobre esa misma idea: "Hay que dirigir a un estudiante hacia lo que, en un inicio, no puede captar". Igual que con los ensayos de Harold Bloom y los de Isaiah Berlin, en los de Steiner existe una grandeza de la lectura que no puede desligarse del asombro ante lo indescifrable, salvo como un temblor de la conciencia. Así, su célebre definición de un "clásico" como el texto que nos lee más que nosotros a él, que sobrevive a la interpretación del sentido que le demos, se explica en un ejemplo, el de Madame Bovary de Flaubert:

"El contexto de una frase se forma dentro del párrafo al que pertenece, del capítulo y, más adelante de la novela entera. Lo es también el estado de la lengua francesa en los días de Flaubert, de la historia de la sociedad francesa, y las ideologías políticas, asociaciones coloquiales, el terreno de las referencias explícitas e implícitas, que van subvirtiendo o ironizando las palabras de la oración. Pero, aún así, un clásico elude cualquier enunciación final."

Con la muerte de George Steiner salen a relucir los complejos de los otros críticos que lo ven como un pedante. "Antes de que uno se haga un café y unos huevos", escribe uno de esos críticos, "Steiner ya tradujo del griego antiguo un fragmento de Esquilo". Si leyeran Errata sabrían que no le fue sencilla la vida fuera de los libros en sus tres idiomas de exilio -francés, alemán e inglés-y que se refiere a su primera experiencia sexual como "el paso de lo angustiante a lo risible". También sabrían de su compromiso ético con transmitir ideas y entusiasmos, contraria a cualquier acusación de prepotencia intelectual. Quien haya leído Lecciones de los maestros, sabría qué resonaba en él cuando destaza la especialización de las universidades, la secrecía con la que guardan sus investigaciones, y la trampa de tratar a los estudiantes como intrusos: "un maestro es quien pone una obsesión en el camino de un niño o de un adolescente". Y, a continuación, nos compara las historias de Sócrates, San Agustín, Jesús, Goethe y Heidegger. Pero no lo hace de una forma pedante sino, al contrario, para ilustrar lo que, en el fondo, él considera la pedagogía deseable: persuasión, seducción, un poco de poder y mucho de explorar lo que sólo se sabe y...

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