El legado de Sánchez Laurel (1941-2019)

AutorBlanca González Rosas

Oscilantes siempre entre la abstracción y la figuración, sus composiciones se percibían como espacios unitarios en los que se fusionaban diferentes dimensiones y tipos de vida. Sin evidenciar la existencia ni del cielo ni de la tierra ni del mar, en sus obras los colores se convertían en universos de transparencias yuxtapuestas que acogían gestos que remitían a la vida animal, vegetal y, algunas veces y con rasgos fantásticos, a la vida humana.

Sin diferenciar tampoco entre formas orgánicas o estructuras geométricas y con ciertos atrevimientos que a veces se percibían como poéticas naif, sus territorios cromáticos se expandían en la infinitud de su propia luz. Una propuesta estética que se vincula con ideas y autores que han relacionado el arte con la espiritualidad, entre ellos Paul Kleey Kandinsky.

Convencida de que el arte tiene una misión que consiste en "tocar la sensibilidad interior" y que, para conectar con las dimensiones sensibles, se necesitan artistas que sean capaces de expresar su ser, Herlinda se dedicó a investigar la relación entre el acto creativo y el autoconocimiento sensible. Como resultado, y con base en que la apertura a dimensiones sensibles vulnera a la persona, concluyó que, antes del acto creativo, se debe proteger el ser interior del artista, fortaleciendo su conciencia con prácticas de meditación.

Académica de 1984 a 2015 de la licenciatura en Artes Visuales que se impartía en la Escuela Nacional de Artes Plásticas (ENAP) de la Universidad Nacional Autónoma de México -actualmente Facultad de Artes y Diseño-, Herlinda no aplicó sus métodos didácticas en ese plantel, sino en un taller alternativo de pintura que inició en su...

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