Leonardo, sumo codificador de lo invisible

AutorSamuel Máynez Champion

Sin embargo, lo que ha llegado a México es una porción mínima de obras de Rafael, Caravaggioy DaVinci. Mas dado que no es objetivo de esta columna alabar virtudes o criticar los yerros de este tipo de iniciativas, optamos por usarlo como pretexto para acercarnos a la figura del gigante toscano en su mi-nusvalorada faceta de músico.(1) Hay que decir, para cerrar lo relativo a la muestra, que el público mexicano puede apreciar 8 de las 34 obras pictóricas leonardianas, entre las que destacan La Mona Lisa y La última cena. Para muchos será una revelación "admirarlas" por primera vez sin tener que viajar a París y Milán, respectivamente.

Mencionamos entonces, para encarrilarnos en el tema, el desconocimiento que existe todavía sobre las notabilísimas aportaciones que le hizo Leonardo a la música, disciplina que describió como "la más sublime de todas las artes". Podría decirse, con justicia, que también en ese campo fue un precursor y visionario que revolucionó, igual que en el resto de sus quehaceres, las limitaciones mecánicas de su tiempo.

Remontémonos, pues, a los días donde la predestinación del genio absoluto -indubitablemente la humanidad no ha producido otro individuo capaz de amalgamar con tanta brillantez como él las dotes de artista y de científico, en sus derivaciones genéricas de músico, ingeniero, pintor, cartógrafo, escultor, anatomista, inventor, filósofo, escritor, botánico, arquitecto, urbanista y gastrónomo- comienza a manifestarse. El niño Leonardo vive alternando sus estancias entre la casa de su madre, quien lo parió "ilegítimamente" a los 16 años, y la casa de su padre, un notario florentino que se maridó en cinco ocasiones, dándole 10 medios hermanos. Entre el padrastro, un repostero del pueblo de Vinci -pequeña localidad al norte de Florencia- y la abuela paterna detonan en el párvulo el interés por el arte y la naturaleza. El padrastro suele cantar las frottolas -canciones populares de entonces-(2) acompañándose de la lira, y lo estimula para que cante con él. Además le proporciona mazapanes para que haga figuras y maquetas sin obstar el desperdicio. La abuela paterna, una diestra ceramista de origen noble, lo insta para que aprenda a distinguir las texturas, los colores y las formas, amén de jugar con él adivinanzas y acertijos que, casi siempre, llevaban música de fondo.

Cuando cumple 18 años -en 1469- su padre lo encomienda como aprendiz en el taller del afamado Andrea Verrocchio, quien lo acepta al catar sus...

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