Luna Bella: una mujer forjada en la polémica

AutorVerónica Meléndez

Al abrir los ojos lo primero que vi fue la mano de mi padre estrellarse contra mi cara. No alcancé a quitarme. Fue un golpe rápido y seco. Antes de recibir el segundo trancazo me sentía un poco inconsciente y me dolía la cabeza por tanto alcohol que había bebido la noche anterior.

No sé cuánto tiempo transcurrió.

¿Qué había pasado? Pues que la noche anterior había llegado superestúpida...

En mi trabajo, un hombre me dijo que me pagaría el triple si tomaba de verdad con él; no quería que bebiera agua fingiendo que era alcohol, como era mi costumbre.

Nuevamente me llegaron al precio. En ese entonces el alcohol me daba asco, pero el tipo me tentó por la cantidad de dinero que me ofreció y no pude decirle que no. Como mi cuerpo no estaba acostumbrado, bastaron unos quince shots de tequila para que me pusiera hasta el ano.

Esa noche me destapé más de lo común, me deshice de cualquier rastro de pudor y dejé que el hombre me manoseara a su antojo.

Cuando terminó conmigo, un mesero buena onda, aunque tenía una famita de transa -en una de esas, hasta me robó algo de dinero-, me ayudó a cobrar y después me consiguió un taxista "de confianza". Me subió al carro y le dijo al conductor "te la encargo mucho". El otro sólo asintió.

Sin embargo, un pequeño despiste: se me había olvidado bañarme antes de salir del congal. Siempre me duchaba para no entrar en la casa de mis abuelos -donde vivía con mis padres-oliendo a putero, o sea, a cigarro, alcohol y sexo.

Al llegar, sin palabra de por medio le pagué al conductor, me bajé, azoté la puerta del taxi y entré. Apenas vi mi cama me dejé caer en ella; me sentía muy mareada, ebria, casi inconsciente.

Pero se me había olvidado otro detalle: esconder mi bolsa que, para acabarla de chingar, la traía abierta. Así que cuando me sorrajé para dormir se me cayó y salieron volando mentas, tangas, condones y muchos billetes de 500 pesos.

Después de sufrir una infancia de maltrato, de abusos físicos y mentales, después de lo que ya estaba empezando a vivir, y ya un poco más despierta, no me supo tan dura aquella golpiza de mi padre. Ni metí las manos, dejé que me tundiera hasta que se le acabaran las fuerzas y las ganas, porque sólo yo sabía por qué hacía lo que hacía; tenía mis razones y sólo yo me entendía.

Cuando terminó de sacar todo su odio contra mí, me dijo que tenía que agarrar mis cosas y largarme de la casa. Me gritó que no quería una puta cerca de la familia, que yo era una decepción y, sobre todo, un mal ejemplo para mis hermanas.

No lo dudé ni tan tito. Yo ya tenía más ovarios que antes y no temía vagar por la ciudad. Agarré mis cosas, me despedí de mi madre y de mis hermanos y me fui.

Cuando vivía en el rancho de San Luis Potosí me mandaban a dormir a una habitación oscura. Me acostaba en un colchón de alambre. Lloraba muchísimo. Me sentía sola, abandonada, sucia, usada. Sentía un...

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