Álvaro Mutis: Recuerdos del tiempo viejo (con permiso de don José Zorrilla)

La Revista de la Universidad ocupaba el décimo piso de la Rectoría. Desde allí podía observarse un cuadro pintado por un José María Velasco que hubiera salido del taller de Brueghel. El Ajusco intacto, el Pedregal casi deshabitado, el aire sólo estremecido en su transparencia por el humo que salía de la fábrica de papel.

Juan García Ponce llegó a decirme: -Ven a ver cómo destrozan a tu ídolo -y me condujo a la oficina de la redacción. Allí se encontraba Alvaro Mutis. Repitió las objeciones consabidas y se ganó de inmediato mi hostilidad.

Ya no le dije cuánto me habían impresionado las crónicas que unos meses atrás le hizo Elena Poniatowska, con dibujos de Alberto Beltrán en nuestra Biblia de entonces, el suplemento México en la Cultura. En aquellos días Mutis estaba preso en Lecumberri por haber dispuesto del dinero que le daba para relaciones públicas una aerolínea. No actuó en su beneficio, sino en auxilio de jóvenes escritores y pintores sin blanca. El texto se recogió en un libro, Palabras cruzadas, que por razones desconocidas nunca se ha reimpreso.

El maestro perfecto

Francisco Cervantes editaba en Querétaro una revista muy humilde, Agora. En ella publiqué unos poemas que ahora supongo malísimos. El profesor de literatura de Cervantes era hermano de Efraín Huerta. Gracias a Efraín, Francisco se hizo amigo de Elena y de Beltrán, y por tanto de Mutis. Él le dijo que quería conocerme debido a los textos de Agora. Un domingo por la tarde nos recibió en su apartamento de avenida Coyoacán, muy cerca del parque hoy abo-* lido que se consagraba a la memoria del mariscal Sucre.

Durante muchos años ese lugar fue, por la infinita generosidad de Mutis con un desconocido de más que dudoso porvenir, mi aula informal, mi taller literario, mi indicador y examen de lecturas. Mutis, que jamás dio clases, era el maestro perfecto capaz de suscitar en sus oyentes el mayor entusiasmo, el deseo de escribir, la voluntad de saber.

Como Fernando Benítez, Mutis fue incapaz de retener uno solo de sus libros. Su alegría era comunicar y compartir sus admiraciones.

Yo salía de su casa con un volumen para mí inaccesible de La Pléyade o un libro o varios de Conrad en la serie editada para Emecé por Borges y Bioy Casares. Al mismo tiempo me regalaba textos colombianos y ejemplares de Mito, la gran revista de Jorge Gaitán Duran.

El viaje que no fue

En sus páginas me entusiasmó El coronel no tiene quien le escriba.

-Bueno, si le gustó (me habló siempre con el...

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