Macri y sus embates contra la educación pública

AutorFrancisco Olaso

BUENOS AIRES.- Bruno Segovia sube las escalinatas de acceso al edificio de fachada palaciega de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de Rosario. Son las ocho de la mañana de un miércoles de septiembre.

Bruno se dispone a comenzar la clase de clínica médica, correspondiente al quinto año de la carrera. En el aula hay ya unos 40 jóvenes. La mayoría, hijos de profesionales, productores agropecuarios, comerciantes. Sus familias les financian los gastos. La universidad pública en Argentina es gratuita, pero en los hechos no cualquiera estudia.

El caso de Bruno Segovia es excepcional. El joven de 28 años se crió en una "villa", una colonia miserable, de la ciudad de Corrientes. Vivía con su madre y dos hermanos en una casa de cartón. El lugar se inundaba cada vez que llovía. La electricidad llegaba por cables tendidos por los propios vecinos.

Para ir a la escuela Bruno tenía que caminar una hora de ida y otra de regreso. Como no pertencía a ninguna de las bandas que controlan cada zona de la villa, para poder circular era obligado a pagar un "peaje". "Si perteneces a un grupo, eso conlleva que te drogues, robes, delincas... y yo, la verdad, nací para estudiar", dice el joven a Proceso.

"Terminé el colegio un año antes. Ahora estoy en quinto año de medicina porque tenía algo en mi cabeza: el estudio me iba a sacar de esa situación. Así que no me quería involucrar en eso, porque sabía que me iba a arruinar el futuro. ‘Ah, vos no querés pertenecer a mi grupo'. 'No te querés juntar con nosotros'. Me hacían pagar el 'peaje'. O tenía que pelear."

Una hora más tarde Bruno sale de la clase y camina las dos cuadras que separan la facultad del hospital Centenario, donde realiza las prácticas. A finales de 2011, cuando llegó a Rosario con un equivalente a 70 dólares, después de inscribirse como alumno regular de la carrera de medicina, tuvo que acudir a este mismo hospital, en carácter de paciente, para que le curaran dos dedos infectados de una mano. Días antes, en la villa, había estado cerca de morir electrocutado con una radio. Esa era la secuela. Este año, enfundado en su guardapolvos azul, ya le ha tocado curar heridas similares a la suya.

En su camino por acceder desde el estrato más bajo de la sociedad al conocimiento, Bruno siempre se ha topado con compañeros y docentes que lo discriminan y con unos pocos profesores y maestros que se preocuparon en promoverlo. "Para mí ser 'villero' es -yo le doy una significación- que a pesar de mis orígenes logré insertarme en un lugar donde me decían que nunca iba a poder insertarme", dice. "No sé de dónde viene la motivación, pero es un gusto, la pasión por estudiar. Y la otra parte son las palabras que me retumban en la cabeza, de la gente que me decía 'Nunca vas a poder', 'No estás hecho para eso', 'Dedicate a otra cosa'.

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