Una mafia estatalmente amparada

AutorPatricia Dávila

A las seis de la tarde del 1 de junio de 2011 José Morales y su hijo -del mismo nombre-daban un paseo a pie cerca de su casa en la colonia La Herradura, Estado de México, cuando una camioneta doble cabina color gris plata, sin placas, los interceptó. Cuatro hombres armados bajaron de ella. El más alto y fornido preguntó por José Morales. Éste respondió: "Soy yo". El hombre fornido lo sujetó con un brazo por el cuello, le dijo que era comandante y lo subió a la camioneta.

"Supe que era un secuestro. Mi hijo intentó rescatarme. Lo contuve. Quise evitar mayores males. Circulaban en sentido contrario. Aunque me llevaron con la cabeza gacha, noté que tomamos hacia Que-rétaro. Iba nervioso. Me quitaron el celular. Les pedí que me permitieran llamar a mi familia y se negaron. De pronto nos desviamos hacia un paraje antes o después de Querétaro, no sé. Me dejaron en una construcción rodeada con barrotes."

Cuenta la historia don José Morales, quien -por conducto de su sobrino, el abogado Germán Cruz- solicitó una entrevista con Proceso. Lleva en las manos una carpeta de piel color azul marino. Lo acompaña Cruz. En la carpeta está el cúmulo de hojas y fotografías que componen el expediente judicial 69/2010.

Mientras José Morales era trasladado a Querétaro, su hijo daba a su primo Germán los detalles del secuestro. "Por la descripción le dije que era un secuestro, pero me recordó que el plagiario se identificó como comandante. Hablé con un abogado amigo de la familia y empezamos a buscar a mi tío en las procuradurías del Estado de México y del Distrito Federal, en la Cruz Roja y en hospitales. No estaba".

Hacia las 20:30 el hijo recibió una llamada a su celular: Escuchó la voz de un hombre: "O nos pagas 13 millones de pesos o vas a encontrar a tu papá en pe-dacitos". Colgó. A las 23:30, otra llamada: "Junta 13 millones en efectivo. Te indicaremos en dónde será la entrega".

A las 0:30 horas otra llamada: "Ve a Durango". "¿A la calle de Durango?", preguntó José hijo. "No, pendejo. No es una broma. Al estado de Durango. Cuando llegues te hablo para decirte en dónde entregues el dinero".

Amaneció el 2 junio.

José Morales sigue el relato de su secuestro. Insaciable, una y otra vez bebe el agua del vaso que tiene frente a él, sobre la mesa de la sala de lectura del semanario.

Su boca seca le obliga a hacer pausas continuas. Reanuda el relato: "La mañana del jueves 2 un hombre rapado llegó por mí a la construcción. Me ordenó que subiera a la camioneta. Poco después se unieron dos de los hombres que me secuestraron. Tomaron rumbo a Durango".

Una vez en la capital del estado, para su sorpresa lo llevaron a las oficinas de la Fiscalía General. Ahí permaneció largo rato. Cuando fueron por él, sin explicación alguna lo condujeron nuevamente a la camioneta y en ella lo sacaron de la fiscalía. Durante un tiempo dieron vueltas en las cercanías del penal y finalmente lo llevaron a la cárcel: "Me fotografiaron y tomaron huellas de toda mi mano. Me alegré. Pensé que al menos quedó un registro de dónde estaba", dice.

Lo llevaron al área de reos de nuevo ingreso. Sus compañeros le prestaron cobijas, le regalaron un jabón y le dijeron que después de las 21:00 horas los dejaban usar el teléfono; le facilitaron una tarjeta.

Mientras tanto, ese mismo 2 de junio su hijo y su sobrino, acompañados por un abogado, iniciaban otro vía crucis: Tomaron el primer vuelo que encontraron a Durango. Llegaron a esa ciudad a las 11:30 de la mañana y se hospedaron en el hotel Milenio.

Los plagiaros no hablaban. Los tres salieron a buscarlo a la cárcel municipal, la fiscalía y el penal estatal. No lo encontraron.

Después del mediodía sonó el celular de José hijo. La misma voz quería saber si traía el dinero. José le pidió una prueba de vida de su padre. Fue una osadía: "Nosotros no tenemos que darte nada. ¿Pagas o lo quieres muerto? Te lo voy a decir muy claro. Si pudimos traernos a tu papá...

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