La lección de Mamá Rosa

AutorJavier Sicilia

Nadie puede negar que las condiciones de vida del albergue de La Gran Familia que ellos nos presentaron sean reales y verdaderas y que sea necesario continuar con su investigación. Lo que es falso es la espectacular demonización que, a través de esas imágenes amplificadas hasta el hartazgo, se ha hecho de Mamá Rosa. El operativo policiaco desplegado para irrumpir en ese albergue y la imagen, a partir de lo que allí se encontró, de una señora que durante 60 años se dedicó a edificar una especie de gulag mexicano para la explotación sexual y la degradación de miles de niños y jóvenes que allí vivieron -60 años de ese horror no habrían sido posibles-, tiene el tufo del mecanismo con el que a lo largo de los milenios se han construido los chivos expiatorios.

El chivo expiatorio, como lo ha mostrado René Girard, es un ser que, dadas ciertas características, la sociedad convierte en el objeto de la violencia y del odio que se ha generalizado y se ha vuelto incontrolable; un ser que, como la fabricación de las brujas en el medioevo, sirve como catalizador del mal social. Mamá Rosa, en las condiciones de violencia del país, pertenece a esos seres.

Mujer buena, que en un momento de su vida tomó el camino de asumir, con la complacencia del Estado, los males de una sociedad: niños abandonados, huérfanos o no queridos, tiene en su accionar algo desagradable: sus maneras -no era una pedagoga, sino una mujer caritativa enfrentada a cientos de niños que debía alimentar y educar- abrevaban en una educación añeja: la verticalidad, el manotazo, el castigo duro y ejemplar.

¿En qué momento ese orden difícil de mantener en los límites perdió su proporción para convertirse en un régimen de hacinamiento y brutalidad? No lo sabemos -es una tarea que las autoridades deben investigar con verdad y castigar en su justa proporción-. Sin embargo, la manera en la que la policía y los medios tomaron la parte por el todo y redujeron a Mamá Rosa a un monstruo de maldad cuyo objetivo, por sus maneras de educar, era desde siempre la trata y la inhumanidad, obedece a ese mecanismo social que canaliza la violencia sobre una persona para ocultar la verdadera violencia y su degradación moral.

En el caso de México, esa degradación está en las auténticas redes de trata y de explotación sexual que el Estado no ha querido desmantelar -el caso de Cuauhté-moc Gutiérrez de la Torre es, en este sentido, impecable-, en los miles de niños que a lo largo de 60 años familias enteras, con la...

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